Fuego con fuego

fuego pequeñoTodo empezó con una inocente llamada telefónica. Un chico llamó preguntando por Mariantonieta, así, todo junto. Me sorprendió mucho porque sólo mi madre cuando está muy enojada me dice así. El resto de la humanidad me dice Ana. Por qué mis padres me odiaban tanto y me pusieron ese nombre horrible es material para otra historia. Ahora quiero contar mi versión de los acontecimientos que me llevaron a quemar toda mi vida, al menos de forma figurada.

Volviendo al tema que nos importa, aquel día atendí el teléfono sin muchas ganas, los únicos que le llamaban al fijo eran mis padres y no hay nada emocionante acerca de hablar con los papás de uno. Para mi sorpresa era alguien que no reconocí, pero como me habló con tanta naturalidad me avergonzó confesar que no sabía quién era, así que contesté a sus preguntas con la esperanza de que al escuchar un poco más su voz conseguiría alguna pista acerca de su identidad.

No fue así, por lo que no me quedó más remedio que preguntar de forma explícita que quién era. Me dijo que se llamaba Juan, un nombre muy común, que también daba la casualidad de que era el nombre de mi mejor amigo. Como me agarró desprevenida, en realidad en el momento pensé que era mi Juan quien me llamaba, hasta que fue evidente que no era él. Entonces volví a insistir acerca de su identidad y la persona me terminó cortando.

Pensé que se trataría de un hecho aislado, de alguien que me estaba tomando el pelo, pero que no se volvería a repetir más. No fue así. Semanas tras semanas volví a recibir la insistente llamada de Juan, que argumentaba que nos conocíamos, pero que le gustaría conocerme todavía más. Mientras yo conservaba un tono tranquilo, el muchacho seguía explayándose, pero cuando me ponía nerviosa y empezaba a ser desagradable con él, siempre me cortaba.

Mi primera medida fue poner un captor de teléfono. De esta forma si llegaba a llamar el desconocido otra vez reconocería su teléfono y no lo atendería. Ni falta que hizo, ya que evidentemente cuando descubrió que tenía captor nunca más volvió a llamar. Me sentí en verdad aliviada, ya que empezaba a incomodarme un poco la situación. El alivio me duro muy poco.

No me alcanzan las palabras para expresar mi sorpresa y susto que sentí un día, mientras estaba trabajando en la cafetería, cuando un cliente se acercó a la barra y me saludo diciendo «Hola Mariantonieta, soy Juan, ¿cómo estás?». Era evidente que se trataba de la misma persona. Se negó a decirme de dónde me conocía, si es que me conocía siquiera.

Después de contar la situación entre mis familiares y amigos me sugirieron que fuera con cuidado, pero que en verdad no había mucho que pudiera hacer, no podía impedir que Juan volviera a la cafetería. Él siguió apareciendo, comprando su café con una media luna, sentándose en el lugar de siempre, sonriéndome y diciéndome lo bella que era. Le pedí por favor que no volviera, que aquella situación me estaba poniendo un poco incómoda, pero no me hizo el menor caso.

El pánico comenzó cuando lo vi un día parado frente de mi casa. La situación había escalado de una forma que ya no me quedaba ninguna alternativa. Por suerte mi edificio tenía otra puerta y logré entrar sin tener que cruzarme con él, pero era evidente que había llegado el momento de ir a la policía. Así lo hice y grande fue mi sorpresa al saber que no podía hacer absolutamente nada. Juan nunca me había atacado, sólo me había llamado un par de veces por teléfono y le gustaba ir a mi cafetería, y de casualidad paseaba por mi barrio. Nada de eso era un delito.

Esa noche casi que no me pude dormir, el terror me paralizaba. Juan se podía instalar en mi cafetería, podía rondar mi casa y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo. Tenía que buscar una solución. No quería mudarme ni dejar mi trabajo. Le di vueltas al asunto y finalmente ideé un plan que era muy arriesgado, pero me parecía la única salida viable. Iba a combatir fuego con fuego.

Aproveché que tenía unas vacaciones acumuladas y me encerré a averiguar todo lo que podía de Juan, incluso le pedí ayuda a un amigo detective. Cabe reconocer que mi acosador no tenía nada de desagradable, más bien todo lo contrario, era alto, de cabello abundante y moreno, unos 30 años y una piel bronceada que quedaba muy bien con sus ojos marrón intenso. Si no tuviera esa maldita actitud acosadora hubiera sido el candidato perfecto.

Gracias a mi amigo supe todo acerca de la vida de Juan, su número de teléfono, dónde trabajaba, dónde vivía, todo. Así empezó mi plan. Al igual que él comencé por llamarlo por teléfono. Me encantó escuchar el tono de sorpresa en su voz. Estoy segura que intentó hacer de cuenta que estaba contento de escucharme, pero era evidente que lo había dejado totalmente fuera de lugar. No se esperaba aquello ni en un millón de años.   Me cortó incluso más pronto de lo que yo esperaba. Pero eso no me hizo desistir, al contrario. A los días lo llamé aún más motivada. Parecía más preparado aquella vez y en los siguientes días nuestras conversaciones se fueron haciendo más largas. Nada muy profundo y estaba claro que aquello no le gustaba del todo, pero lo toleraba.

Juan nunca más había vuelto por la cafetería, así que un día decidí ir hasta el banco, con café y medialuna en mano. Mentí diciendo que quería sacar un préstamo y me derivaron con mi acosador. Los ojos casi se le escapan de las órbitas cuando me vio. Aquel momento no tuvo precio. Le dije que había ido hasta allí para llevarle el café, ya que hace días que no pasaba por la cafetería. Se lo veía tan lindo, tan nervioso, no paraba de acomodarse la chaqueta y mojarse los labios.

Me pidió por favor que me retirara, que aquel era su lugar de trabajo, que no era correcto, que había entendido el punto y que por favor me fuera. Le dije que bueno, que por aquel día me iba, pero que esto no había terminado. Que se había equivocado conmigo. Sabía que al banco no podía volver, al menos no muy pronto, porque me podría hacer echar a la fuerza y no queríamos eso.

Sólo volví otra vez, con un café nuevo y para decirle que aquello no se había terminado. No sé ni por qué, pero no sentí miedo. Sabía que él era más fuerte que yo y podía pegarme si quisiera, pero la historia estaba empezado a gustarme. A decir verdad me estaba comenzando a sentir atraída por Juan y no quería dejar de verlo. Así fue que yo también arranqué a pararme en la puerta de su casa, a esperar que llegará del banco. Creo que ya se lo esperaba, porque su cara de sorpresa no fue tan intensa como lo había esperado. Me ignoró por completo. Aquella iba a ser la actitud que iba a tomar frente a mí. Estaba claro que era momento a pasar a la etapa final de mi plan.

Gracias a un tutorial de YouTube aprendí a forzar una cerradura y aquel viernes, lo esperé en su casa cuando saliera del trabajo. Por dentro su departamento era espectacular, era un hombre de buen gusto. Me senté en su sillón de dos cuerpos que tenía en el salón, mientras me tomaba una copa del vino blanco que había llevado. Ahora sólo quedaba esperar a la vez que iba conociendo más acerca de él, viendo sus cosas, sus libros y fotos.

Para el momento en el que Juan llegó a su apartamento me había dado cuenta que estaba enamorada de él. Era algo sorpresivo y un claro indicador que mi estrategia no había sido la más efectiva que podía existir. Pero allí estaba, si yo le había gustado en algún momento, todavía podía haber una oportunidad para nosotros. Así se lo intenté explicar cuando llegó y me vio. No quiso saber de nada. Estaba en verdad espantado ante lo lejos que había llegado.

Supongo que lo mejor hubiera sido irse en aquel momento y no esperar a que llegará la policía a echarme, calculó que por culpa del vino no estaba pensando con mucha claridad. Pero me dejé llevar por el impulso. Al no tener antecedentes y debido a que yo misma había hecho una denuncia contra Juan hace unos meses atrás, la policía me dejó ir sin más, sólo con una advertencia y una orden de restricción en mi contra. Nada muy grave.

De momento sabía que tenía que estar alejada de Juan y creía que era lo mejor. Pero aquel era el hombre de mi vida y ahora que lo había encontrado, bueno, más bien que él me había encontrado a mí no iba a parar hasta que fuéramos una pareja. Había que volver a los inicios. Sabía que Juan había cambiado su número de teléfono, pero sólo era cuestión de tiempo hasta que descubriera cual era el nuevo, para que volviéramos a estar juntos.

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