Las mermeladas eran un tema serio en el pueblo de Nuria. Desde que ella tenía memoria hacerlas era un ritual de la gente local y las mujeres competían a ver quién hacía la más rica. De niña su madre le había pasado la receta familiar, con la cual había salido tres veces vice campeona del concurso regional de mermeladas. Toda su vida Nuria se había preocupado por mejorar la receta de su familia y desarrollar una mermelada tan deliciosa que la pusiera en la cima del podio. El año que cumplió cuarenta estaba segura que esa vez se le daba.
La clave para una buena mermelada era, en opinión de Nuria, antes que nada, conseguir la fruta perfecta. Una materia prima que estuviera en excelente estado y que contuviera su esencia preservada de la mejor forma posible, haría mejor la receta. El mayor inconveniente que había tenido la cuarentona desde que había comenzado a experimentar era justamente encontrar aquella fruta perfecta. Nunca había logrado decidirse, o más bien dicho, año tras año había probado distintas frutas y nunca ninguna de ellas la había dejado satisfecha.
Participar del concurso regional era el acontecimiento en torno al cual giraba toda la vida de Nuria. Con la receta de su madre como base, quedar seleccionada del concurso local era de por si un hecho. Todos los años su mermelada era elegida junto con las otras dos mejores del lugar. Hacía veinte años ya que iba a la feria regional, sin nunca poder llegar a la competición nacional. Lo malo de no salir entre las tres mejores no sólo era eso, el hecho aislado, sino que también sufría la humillación de que Ana Lucía, otra mujer soltera de su pueblo y generación, con quien Nuria tenía una gran rivalidad, quien había salido en una ocasión segunda y en otra tercera en el certamen nacional y ella nada.
Ese año iba a ser diferente, estaba segura. Además había una doble motivación. El señor Genaro, presidente del comité de la feria regional había abandonado su luto después de quince años. Había perdido su mujer hace ya tanto tiempo, y sí, las normas sociales exigían que esperara un tiempo prudencial antes de encontrar una nueva compañera. Pero hasta a Nuria, que era una mujer súper recta y fanática de las normas, creía que ya había sido demasiado. Y más teniendo en cuenta todas las atenciones que tenía con ella el señor Genaro.
Nuria estaba convencida de que Ana Lucía tenía las mismas esperanzas que ella con respecto al presidente de la feria. No entendía como podía hacerse ilusiones con él cuando era tan obvio que se interesaba por Nuria. Pero a pesar de percibir interés por su persona, ella quería que el señor Genaro estuviera orgulloso de ella y sus mermeladas, por eso era tan importante aquel año en especial ganar en la feria.
La fruta hasta ahora nunca había estado de su lado. La primera vez había probado con duraznos, pero había tenido la mala suerte de que ese año justo el sabor, la textura y la composición de la fruta de esa cosecha no había sido compatible con la receta de mermelada de su madre. El resultado había sido bueno, pero muy lejos de excelente. Después de su primer fracaso se empecinó con las ciruelas. Durante una década aquella fue su fruta de elección. Hizo todo tipo de pruebas y variaciones que se le ocurrieron en la receta de su madre. Más allá que nunca llegó a ganar el tan ansiado título, tampoco se sintió satisfecha con el sabor que la mermelada tenía.
La prueba con la naranja trajo consigo el año nefasto, la mancha negra en su historial. Por un pelo casi que no pasa del concurso local, había quedado cuarta, pero como se descubrió que quien quedó en segundo lugar había hecho trampa, ella terminó calificando. Fue una época muy dolorosa, pero al contrario de matarla, eso la hizo más fuerte. Contra cualquier pronóstico, al año siguiente volvió a intentar con las naranjas. Descubrió cual había sido su error con la fruta y decidió darle una nueva oportunidad. Y prueba y fallo, más otra vez prueba fue una buena decisión. No le dio para quedar entre los tres primeros, pero terminó cuarta en la feria regional. La fruta que casi le trae la derrota a su vida, le daba en aquel momento su mayor alegría.
Por más que hubiera mejorada, la naranja no parecía ser la fruta clave para ella. Como tampoco resultaron ser las frutillas, los limones y las mandarinas. Ninguna de ellas era la fruta perfecta para su mermelada. Después de mucho pensar y deliberar se le ocurrió con que experimentar esa temporada. Peras. Nunca antes lo había hecho y creía que era una buena opción. Así que faltando todavía un mes para la selección local se puso manos a la obra y empezó a probar.
Otro tema era donde adquirir la dichosa fruta. En el pueblo había dos verduleros Aniceto y Olmo. Sus productos eran de la mejor calidad. Nuria meditaba los pro y los contra de cada uno de ellos. Sí, tal vez la fruta de Aniceto era más gustosa, pero tenía menos de cada tipo. No menos en general, pero compraba la mayoría de ella a pequeños proveedores, así que en un mismo lote podía haber grandes variaciones entre una misma fruta y otra. La de Olmo era casi igual de buena y el mayor beneficio que tenía era que él compraba a vendedores de grandes cantidades, o sea que tenía mucha fruta de igual sabor.
El inconveniente con Olmo era que tenía un carácter infernal, era un hombre colérico y difícil de tratar. Casi todas las familias de pueblo tenían a un pariente que en alguna que otra oportunidad había sido víctima de su mal genio. Pero aquel año era muy importante elegir la fruta ideal para Nuria, así que armándose de coraje fue a enfrentar al verdulero y comprarle las mejores peras. Si Nuria hubiera conocido un poco más de la historia de Olmo, nunca se le hubiera ocurrida semejante idea. Lo cierto es que la pobre no tenía forma de saber que su madre había muerto en el momento justo en el que le cortaba un pera para dársela de comer a él.
De todas formas, aunque supiera eso, jamás hubiera previsto que la furia del verdulero iba a alcanzar tal grado de echarla de su verdulería a tomatazos. Nuria corrió dos cuadras en sus zapatos chatos antes de detenerse agotada para ver pasar rodando junto a su pie un tomate aboyado. La actitud de aquel demente era increíble. Para empeorar un poco más la situación justo en ese momento pasaba por allí caminando Ana Lucía, que un poco tarde y con malicia le dijo:
-¿No sabías que no hay que pedirle peras al Olmo?
Nuria tomó uno de los tomates y estaba por tirárselo por la cabeza a Ana Lucía cuando se le ocurrió algo que jamás se la había pasado por la cabeza: hacer mermelada de tomate.
Y aquella fue la receta ganadora, por primera vez en su vida se condecoró como la reina de las mermeladas en la feria regional. Su próximo objetivo: ganar la nacional.