No hay edad para el amor

soles pequesMe había enamorado. No había otra explicación a lo que me estaba pasando. No importaba cuanto me tomarán el pelo o me hicieran la vida imposible, lo cierto es que no me quedaba la menor duda de que se habían ganado mi corazón. Mis compañeros no perdían oportunidad de burlarse y reírse de mis ambiciones. Era evidente de que ella estaba fuera de mi alcance, pero eso no me impedía que pasará el día entero soñando con lo que sería estar cerca.

La había visto por primera vez de lejos. Pero su perfil había sido suficiente para que me enamorara. Todos decían que la diferencia que había entre nosotros era demasiada. Ella era un 45 y yo un 20. Pero para mí eso no era un impedimento. Estaba claro que ella era de mejor calidad y ofrecía más protección, pero estaba seguro que sería capaz de ver más allá de eso y darme una oportunidad de ganarme su corazón.

Lo cierto es que nuestra situación era un poco particular. Como factores de protector solar que éramos, era normal que si no era temporada alta no estuviéramos expuestos. Pero era invierno, los niños nos miraban desde debajo de sus gorros de lana, el viento entraba soplando al súper, y todos se quejaban del mal tiempo. Y nosotros seguíamos ahí. Creo que la razón por la cual nadie nos había guardado era que las personas encargas de reponer la mercadería eran un poco vagas, y no se llevan los productos que detrás, sólo nos empujan hacia el fondo e iban poniendo nuevos por delante.

Muchos de mis compañeros se quejaban por esta estrategia, decía que era injusto, que pasáramos toda nuestra vida dentro del supermercado mirando la espalda de otro protector solar. A mí la verdad es que me daba igual, lo único que quería era ver a mi amada, la sexy y adorable factor cuarenta que estaba un poco más allá. Mi mayor deseo en la vida era poder llegar hasta ella.

Lograr como fuera colocarme junto a su bella figura de pote y etiqueta blanca, que así era como se suponía que le quedaría la piel a quienes la utilizarán, a diferencia de mí, que lucía un tono doradito, era mi mayor ambición. Lo que más me motivaba era haberla visto mirar en mi dirección en más de una oportunidad. Sé que era medio difícil de determinar estando tan lejos y entre tantos factores, pero estaba convencido que su pico dispensador solía estar apuntando para mi lado.

El desafío que se presentaba ante mí era lograr llegar hasta donde ella estaba. Siendo un producto semi inanimado, sin piernas, brazos y nada que me permitiera transportarme, la tarea que presentaba frente a mí no era fácil de llevar adelante. Pero si había algo que siempre, en mis tres meses que tenía como protector solar número 20, me había caracterizado, era la perseverancia. No me iba a dejar tirar abajo por mis limitaciones físicas.

Debido a lo apretados que estábamos los factores, no había forma de llegar hasta ella si mis compañeros de mayor graduación no me abrían camino. Entre nosotros dos se interponían los 25, los 30, los 35 y los 40. Cuatro líneas completas de graduaciones que hacían que la brecha entre nosotros fuera inmensa. Pero nada de eso me desanimaba. Saber que ella estaba allí, día tras día, noche tras noche, me motivaba a seguir adelante y pensar que nada era imposible. Fuera como fuera, la iba a alcanzar.

Estaba claro que iba a necesitar la ayuda de mis vecinos para poder llegar a mi meta. Convencer al 25 no fue nada difícil. Supongo principalmente a que se debía a que estaba harto de escucharme suspirar por la cuarenta todo el día y haría cualquier cosa con tal de librarse de mí. Aunque una vez que lo había convencido comenzó la parte complicada de aquella operación. Cambiarse de lugar sin tener piernas, ni brazos fue más difícil de lo que había imaginado en un primer momento. Además teníamos que movernos los dos a la vez, ya que tampoco teníamos mucho espacio para maniobrar. De todas formas, con mucho esfuerzo, logré situarme entre los factores número 30. Ahora no me quedaba ninguna duda que la 45 también me miraba y mi motivación estaba disparada.

El factor 30 por el que tenía que pasar no fue tan cooperador como lo había sido mi vecino. Era una chica, que con mucha razón, me cuestionaba que pretendía lograr acercándome a mi amada. Más tarde o más temprano distintos compradores nos iban a terminar separando para frotarnos sobre su cuerpo con el fin de que los protejamos de los rayos solares. Estaba preparado para eso, ya que yo mismo me lo había cuestionado muchas veces y la realidad es que sentía que vivir aunque fuera unos días junto a mí amada factor 45 bien valía todo aquel esfuerzo. No era mi intención que durara para siempre.

Logré persuadir a la 30, sólo para encontrarme con una 35 que tenía una debilidad por los románticos e intento convencerme que no valía la pena seguir avanzando, que me quedará con ella y me aseguró que seríamos igual de felices. Ella era diez grados de protección más cercana a mí y me prometió que nos entenderíamos mejor. Puede resultar raro lo que digo, pero yo estaba seguro de que no iba a ser lo mismo. Había una razón por la que me había fijado en la 45. Sólo me dejó pasar bajo la promesa de que si no funcionaba el tema con mi amada, volvería a por ella.

El principal rival por el que tuve que atravesar fue el maldito factor 40. Él, al igual que yo, estaba enamorado de la bella 45. Me dijo que yo no tenía lugar entre los factores de alta gama como eran ellos y debía volver a donde mi protección indicaba. No me deje irritar por aquel factor malhumorado y le dije que si estaba tan seguro de que no tenía ninguna esperanza con la 45, que me diera una oportunidad y él se podría reír de mi todo lo que quisiera. Aquella perspectiva le gustó, así que finalmente pase junto a él y me coloqué al lado de mi amada 45.

Mi sueño se había convertido en realidad. Después de tantos días de mirarla desde la lejanía, desearla, soñar con lo que sería estar junto a ella, por fin, allí estaba en su compañía. La alegría me invadía y de haber tenido piernas me hubiera puesto a saltar allí como un niño pequeño sin importar lo ridículo que me viera. Era el momento de pasar a la acción. Tenía que planear bien cuáles eran las primeras palabras que le iba a decir, éstas eran vitales.

Antes de que pudiera decir nada mi mundo tembló. Era justo mitad de la noche y los reponedores venían en camino hacia nosotros. El más vago se quedó atrás y el otro comenzó a depositar nuevos factores. Para mi sorpresa y desagrado se percató de mi presencia entre la graduación que no correspondía. Vi su mano acercase a mi peligrosamente y por un segundo pensé me iba a agarrar y volver a ubicar donde pertenecía. Hasta que el compañero más vago y le dijo.
-Deja eso donde está. No hace falta que te gastes, el orden de los factores no altera el producto.

Por un segundo contuve mi respiración de crema y esperé lo peor. Finalmente la pereza pudo más con el reponedores y me dejó allí donde estaba y que tanto esfuerzo me había costado llegar. Aprovechando el subido de adrenalina que la situación me había dado, miré a mi amada y le dije un simple «hola». La sonrisa que me dedicó me dijo que todo el esfuerzo que había hecho valió la pena. Estaba en el lugar correcto.

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