¡ADVERTENCIA! Este cuento es la continuación de otro. Sugerimos comenzar la lectura por el Capítulo I: Arpías
Hay mitos errados. En más, en todos los mitos que yo conozco se oculta algo de verdad y algo de mentira. Pero creo que sin faltar a la verdad puedo afirmar que el mito sobre nosotros, los leprachums, es el mito más errado. Si, es verdad, los mitos tratan mal a los ogros, a los trolls y a los faunos. Pero creo que ciertas cosas que se dicen de ellos, están más justificadas que las que se dicen sobre los míos.
Pero empecemos por lo positivo. Es verdad que somos unos expertos en lo que a temas monetarios se refiere. Claro está que no estoy hablando del dinero que hay en una olla al final del arco iris. No, hablo de dinero constante y sonante que grandes personalidades o monarcas nos han encargado de cuidar en el correr de los siglos.
Los leprachaums fueron siempre los encargados de proteger y multiplicar con su astucia las fortunas de famosos en todo el mundo. Pero por alguna razón que desconozco los de mi tipo tienen una especie de irrefrenable atracción por Irlanda. La arquitectura del pasado a determinado también parte de la complexión física de nosotros. Como en antigüedad el dinero se guardaba en bóvedas se requería que quien lo cuidara fueran personas de tamaño pequeño.
Los enanos nunca sirvieron para el oficio. Son personas muy descocadas. Pero excelentes artesanos. Por lo que para este trabajo somos mucho mejor nosotros, los leprachums. Claro está que esto ha cambiado con el paso de los años. Yo, Sebastián, soy un leprachum alto. Y no solo debido a que la restricción de la altura ha cesado, sino también por que mi padre se casó con una mujer no mágica.
Por que a pesar de todo, de que somos los seres más racionales del mundo fantástico, posemos un poco de magia. Una de nuestras habilidades más asombrosas es la capacidad de hacer desaparecer cosas. Esto se debe también en parte por que somos capaces de movernos a una velocidad que ningún otro ser puede imitar. Ni los más rápidos animales.
Otra virtud que poseemos es que somos bastante buenos con las actividades manuales, en especial con la confección de zapatos. Parte de nuestro mito dice que para cumplir con nuestra misión en la vida tenemos que regalarle un zapato a un hada. El par no, uno solo. Sinceramente nunca conocí a un leprachum que lo haya hecho. En más, nunca en mi vida vi a un hada de carne y hueso.
Cualquiera pensaría que soy un pelirrojo más. Pero es otra cosa que está errada. Mi familia hace un siglo ya que vive en América Latina, por lo que mi piel, sin llegar a ser tostada, es más morena de lo que se imagina la gente usualmente cuando se habla de mi raza. Para ser más especifico vivo en Montevideo, Uruguay. Y recientemente acabo de mudarme a un complejo de viviendas llamado Freaks.
El día en el que me mude a mi nuevo hogar creo que fue uno de los días más caóticos de mi vida. Todo el mundo dice que las mudanzas son unas de las causas que más estrés generan en las personas. Bueno, la verdad es que tienen toda la razón. Aquel día se me hizo eterno y la perspectiva de mudarme se me hubiera hecho más desalentadora si no hubiera sido por la buena onda de la casera, Margot.
Ella me dio la más calida bienvenida y me comento que yo era la última persona que venía a vivir a aquel lugar. Me explico como el mismo había sido reformado recientemente y que todos los habitantes que allí vivían se habían mudado hace menos de un mes. Dijo que debía conocer a mis vecinos pronto, que probablemente me fuera a caer muy bien.
Le agradecí enormemente su ayuda, pero me sentí feliz cuando finalmente se fue. Estaba a punto de sentarme a relajar cuando sonó el timbre. No podía creer mi mala suerte. Me creía totalmente merecedor de un rato de descanso. Pero supuse que sería demasiado rudo no abrir la puerta, era más que obvio que estaba en casa.
Mi sorpresa fue enorme al encontrarme en el umbral no a uno, sino a dos de mis vecinos. Un de ellos era una joven muy bonita con apariencia bastante angelical. Del otro no pude decir mucho en primera instancia porque estaba oculto detrás de un pañuelo.
Si bien verlos allí parados fue ya una sorpresa mayúscula, el pedido que me hicieron fue aún más extravagante. Me comentaron que el muchacho, que estaba oculto debajo del pañuelo, había tenido unos problemitas utilizando unos químicos para teñirse el pelo, por lo que querían saber si yo sería tan amable de facilitarles un gorro.
No quería ver su apariencia, pero como estaba tan asombrado que dude en responder, el muchacho salió de debajo del pañuelo y me insistió en que no me lo hubiera pedido de no ser que nadie más en el edificio tenía un gorro que le pudieran prestar y que no podía andar así por la calle.
Su apariencia me llamó tanto la atención que quede todavía más azorado. No solo su cabeza estaba totalmente pelada, sino también su cara carecía de todo tipo de bello. Ni pestañas, ni cejas, ni indicios de bigote. Nada. La chica lo miró con enfado y volvió a cubrir la cara del muchacho con el pañuelo. Aquello me pareció de lo más singular.
Pero como realmente estaba exhausto y lo único que quería era que me dejaran descansar en paz accedí a prestarle un gorro. Le di el primero que encontré en mi desorden de cajas, que resulto ser un gorro tipo pescador de cuero. La verdad que no mejoraba mucho la apariencia del pelado, pero por lo menos no se veía tan llamativo.
Antes de cerrar la puerta tuve una fugaz visión que perturbo mi vista. En el patio venían caminando tres mujeres. Dos de ellas cinchaban de unas bombachas que tenía la que caminaba en el medio. Esa imagen me hizo acordar a unas criaturas en las cuales prefería ni pensar. No fui lo suficientemente rápido y no pude cerrar la puerta antes que me vieran.
La salude cortésmente y entre a mi casa antes de que se me acercaran. Pero sabía que no estaba a salvo. Por suerte estaba demasiado cansado y no pude siquiera pensar la cantidad de sorpresas que me traería aquel nuevo hogar.