¡ADVERTENCIA! Este cuento es la continuación de otro. Sugerimos comenzar la lectura por el Capítulo I:Arpías
Las nubes ocultaban el sol aquella tarde de sábado. El pasto verde estaba fresco bajo nuestros pies y corría un viento frío muy agradable. Todo aquello nos ayudaba a Gastón y a mí mientras corríamos por la cancha de fútbol 5. La idea de que nos convirtiéramos en un equipo y nos entrenáramos a las agrupaciones de los otros edificios del barrio había sido de Margot y ninguno de nosotros había tenido el valor de decirle que no.
Así fue como terminamos Gastón, Sebastián, Rodrigo, Rafael, Manuel que en estaba sentando en el banco, y yo, en la cancha. Vestíamos las camisetas rojas y verdes que María Paula había diseñado y cocido con la ayuda de Rafael. Las chicas estaban allí aquel día, alentando desde las gradas. Mientras que en el medio de las filas, con grandes banderas Magu y Pau cantaban letras inventadas por ellas, Mariana repartía a quien quisiera torta de fiambre y faina. En un rincón, alejada y taciturna, estaba Sandra, a quien, por supuesto, Margot había obligado a ir. La cacera, quien era nuestra DT, alternaba entre darnos órdenes y conversar con Clara.
Aunque todos íbamos a aquellos partidos a regañadientes y odiáramos admitirlo, nos encantaba jugar juntos, la pasábamos muy bien y éramos un equipo fuerte. Nos habíamos convertido en un enemigo temido, siendo Rodrigo nuestro jugador más hábil y Manuel el pata de palo de turno. Al contar con más años de experiencia en el mundo humano, Gastón y yo teníamos mucha práctica. Se podía decir que Rafael se defendía bastante y bajo el entrenamiento y la supervisión de Margot éramos uno de los mejores equipos del barrio.
Aquel día jugábamos un partido decisivo. Nuestro adversario era casi tan bueno como nosotros y el campeón del barrio durante tres años consecutivos. Margot nos tenía muy presionados. Teníamos que ganar el encuentro a todas costa, para así poder coronarnos campeones barriales y avanzar en el campeonato de la ciudad.
El marcador estaba muy justo. Hacía ya 15 minutos que íbamos 6 a 6 y ninguno de los dos equipos parecía ser capaz de marcar un tanto. No queríamos perder bajo ningún concepto. Rodrigo, parche incluido, era quien más presionaba e insistía para hacer un gol. Manuel nos hacía señas de que quería entrar a jugar, pero Margot nos decía que lo ignoráramos y nos concentráramos en el juego. Las chicas nos seguían alentando con el mismo entusiasmo de antes.
Faltaban sólo unos minutos para que terminara el encuentro y cada jugada era decisiva. En un momento dado estaba posicionado como defensa, cuando vi que uno de los jugadores del equipo contrario venía decidido hacia la meta. El hombre era tan corpulento que sus shorts parecían estar tatuados a su piel. Sabía que un choque directo contra aquella masa gigante de carne no me iba a dejar indiferente. Pero no tenía alternativa, el jugador parecía iba implacable hacia el arco y yo era la última barrera ente él y su gol.
Hay que aclarar que si bien tanto Gastón como yo contamos con una rapidez, fuerza y puntería sobrehumana, cuando jugamos los partidos del barrio, utilizamos sólo nuestras habilidades humanas, para así pasar desapercibidos y que nadie sospeche de nosotros.
En definitiva, ahí estaba yo, con mi estatura más bien reducida, mi físico un poco delgado y mi piel pálida, dispuesto a enfrentarme a aquella mole que se movía a una velocidad extraordinaria. El choque fue un poco más estrepitoso de lo que cualquiera se podía imaginar, ya que debo reconocer que en el momento de pánico utilicé un poco de mi fuerza vampírica e hice frente al gigante.
El accidente se podría haber evitado si yo hubiera tenido más controlada la situación, pero algo me distrajo. Segundos antes mi impacto con el adversario, Rafael se había acercado a las gradas para que Margot le diera un poco de agua. En lugar de ser nuestra casera quien se aceró a él, fue Clara, quien dándole una botella le dedicó la más tierna de las sonrisas. La punzada de celos que atravesó mi cuerpo hizo que me distrajera por un segundo más de la cuenta.
El jugador del equipo contrario arremetió contra mí con una fuerza bestial, pensando que me daría un empujón que me quitaría de su camino y le abriría el paso. Ver a Clara tan cómoda con Rafael me enfureció, por lo que yo también cargue con mucha fuerza contra mi rival. Mi empujón causó que ante la gran sorpresa de todos fuera el del otro equipo y no yo quien terminó tirado boca arriba en el suelo.
El choque fue muy duro para mi contrincante, pero tampoco me había dejado indiferente. Con mi oído superdotado escuche con claridad el crack que hizo mi tobillo al torcerse. La lesión me hizo caer sobre el pasto y antes que pudiera reaccionar ya estaba rodeado de mis compañeros que se acercaron a ver qué había pasado.
Actuando con una velocidad asombrosa, Gastón se colocó en cuclillas sobre mi pierna, evitando que el resto de los presentes pudieran ver el ángulo ridículo y antinatural en el que estaba mi pie. Antes de que las miradas indiscretas tuvieran mucho tiempo de analizar la situación, mi compañero de casa metió sus brazos entre sus propias piernas y puso mi tobillo otra vez en su lugar.
Fingiendo un poco más de dolor del que sentía me puse de pie con la ayuda de Gastón y Margot, que le dedicaba caras de profundo reproche al otro vampiro. Estaba claro que alguien podría haber visto lo que había pasado. Sebastián y Rodrigo habían estado muy cerca cuando me caí.
-¿Vos querés que ganemos la copa? –le susurró Gastón a Margot mientras ambos me ayudaban a sentarme en las gradas –Sabés que necesitamos a Bruno.
Los jugadores del equipo contrario estaban ayudando a su jugador malherido a sentarse y éste parecía por completo fuera de combate. Yo movía mi tobillo de izquierda a derecha, haciendo ver que probaba su movilidad mientras mis compañeros de equipo me preguntaban cómo estaba. Manuel ilusionado y el resto preocupados, despidiéndose ya de la copa.
-Deja de actuar ya que te quiero otra vez en la cancha –me dijo Margot mientras me ayudaba a ponerme de pie –Y nada más de fuerza bruta ni truquitos de magia.
Fingiendo hacer un esfuerzo y combatir el dolor, caminé un par de pasos para aquí y para allá y ante la mirada desconfiada del único ojo de Rodrigo le hice señas a Margot de que estaba bien. El jugador que me había atacado al parecer no tuvo la misma suerte y no pudo volver a la cancha.
Aprovechando de que el suplente del otro equipo no era tan bueno y una cierta energía renovada de Gastón, logramos obtener los dos goles que marcaron la diferencia y nos dieron el triunfo. El único jugador que no volvió a rendir de la misma forma fue Rodrigo. Estaba claro que algo sospechaba.