Nada tenía cabeza ni pies en el Asilo Morgan. La vida era tan tranquila como se podía. Sus internos no siempre habían sido locos, quizás eran lunáticos potenciales, pero lo cierto es que su condición clínica no se había desarrollado hasta hace poco tiempo. La culpa de que todos aquello hombres y mujeres de mediana edad, algún día adolescentes rebeldes hubieran dejado de ser lo que eran, la había tenido, por más cliché que suene, la droga.
No la droga en general, sino un tipo especifico de estupefaciente. Para entender un poco mejor como los veintidós dementes que se hospedaban en el asilo habían ido a parar allí, hay que remontarse un tiempo atrás. Cerca de donde está hoy la casa que aloja a estas personas hay una gran ciudad que se distingue del resto por su tamaño y su ruido. Una metrópolis que se ha tragado a unos cuantos y ha vomitado a otros casi destruidos, como aquellos que viven hoy en el psiquiátrico. Y a otros todavía en peores condiciones.
Estos veintidós hombres y mujeres habían tenido la suerte de vivir para contarlo. Pero otros no fueron tan afortunados como ellos y sus historias jamás serán contadas. La desgracia para este grupo en particular había comenzado cuando a un científico algo le salió mal. Tal vez ni el mismo sabía que buscaba cuando jugaba a la cocinita en su laboratorio. Pero el resultado fue una pastilla fatal, muy cercana al veneno puro, con la condición de que antes de matarte te daba un mes de las más disparatadas fantasías.
Entre las muchas cualidades negativas con las que contaba el inventor de esta perversa droga, se encontraba la ambición desmedida. Así que sin ser plenamente consciente del efecto que la misma podía tener a largo plazo en sus usuarios, la largo a la venta.
Quienes viven hoy en la casa Morgan eran por en ese momento estudiantes de música, pichones de artistas con gran talento que aspiraban a triunfar en la gran ciudad. Todos ellos se movían dentro de un único circuito, frecuentaban los mismos lugares, escuchaban música parecida y todos consumían aquella droga. Esa que los había hecho terminar en aquel lugar, Eran los sobrevivientes de un grupo más grande que no había tenido la misma suerte que ellos.
Así fue como el padre de uno de los chicos, hombre rico y poderoso, se había juntado con los progenitores de otros de su misma situación y fundaron la institución mental para que sus hijos y sus ex compañeros de parranda vivieran en paz y en las mejores condiciones posibles. La droga había afectado la mente de los jóvenes de una forma que lo más probable fuera que no pudieran volver a ser parte de la sociedad normal nunca más. Pero merecían una vida digna y tranquila.
Se la empezamos, chugua, chugua, se la seguimos, chugua, chugua, se la seguimos, se la seguimos, chugua, chugua. Cantos como aquel se oían todo el tiempo en el nada calmo asilo. Los internos tenían una pasión por la música que iba más allá de la cordura y aun en los momentos en los que se encontraban más perdidos y alejados de la realidad, las canciones seguían formando parte de su vida y nunca se sabía cuando a alguno de ellos se le iba a ocurrir entonar una nueva melodía.
El problema no era que no fueran capaces de llevar adelante un hermosa me pieza con gracia y talento. Eran jóvenes muy capaces y se destacaban en el canto. El inconveniente era que esas explosiones de ritmo se daban en los momentos más inoportunos, y lo peor de lo peor es que varios internos solían estallar de ritmo y melodía a la misma vez. El barullo que se provocaba era insoportable y no dejaba que los empleados realizaran sus tareas con normalidad ni que los otros internos se sintieran a gusto.
Los días se vivían en un caos de canciones y descontrol. La situación era insostenible y estaban a punto de cerrar el asilo Morgan y dividir a todos los internos en distintas instituciones mentales, cuando a una enfermera se le ocurrió una brillante solución. Contrataron para darle clase a los internos a un ex director de musicales y en cooperación con los internos desarrollaron una obra que ellos mismos debían interpretar.
Como destructiva había sido la droga, milagrosa fue la solución. El profesor encargado los hacía entrenar y cantar por tanto rato que después ellos solo querían descansar. La música seguía reinado por todos lados, pero de un modo mucho más prolijo y ordenado. El clima en el asilo pasó de ser de cada loco con su tema al musical de los locos.