¡ADVERTENCIA! Este cuento es la continuación de otro. Sugerimos comenzar la lectura por el Capítulo I:Arpías
Me desperté en medio de la noche sudando. Dedicarme a controlar sueños no me hace exenta a dormir y mucho menos a soñar. O peor aún, tener pesadillas. Al moverme en la cama noté que las sabanas estaban empapadas, tenía toda la frente perlada de sudor y la camiseta sin mangas con la que dormía pegada al cuerpo.
Tenía una enorme sensación de incomodidad, pero aquel malestar físico no era nada comparado con la inquietante sensación mental con la que me desperté. Había algo que estaba mal. Lo sabía. Mientras dormía una ficha parecía haber caído en el lugar correcto y en la bola de mi confusión mental todo parecía tener sentido, de tal forma que había hecho que una alarma se activara en mi mente.
Sólo que no podía recordar que era. Exasperada salí de la cama, me cambie de camiseta y me senté en la mesa de la cocina con una taza de té entre mis manos. Afuera el solo empezaba a iluminar el patio interno del edificio y parecía que iba a hacer un día maravilloso. La luz me irritaba un poco. Siempre me sentí más a gusto en la oscuridad y todo aquel sol parecía empeñar más mis ideas.
Saber que la respuesta a mi pregunta estaba en lo que había soñado aquella noche era en si una pesadilla, por raro que suene. Paso a explicar el por qué. Al ser una criatura soñadora, nosotras también tenemos quienes velen por nuestros sueños. Como todo tema de relaciones humanos, es complicado. Sabiendo que hay alguien que controla una parte de nosotras, no a todas las hadas de los sueños les gusta saber que existe alguien más que controla este aspecto de su vida.
Yo supe ser la oveja negra de mi gremio, y ya que estamos con las metáforas animales, se puede decir que siendo así, ¿qué le hace una mancha más al tigre? Sea como sea, yo, oveja-tigre, debo confesar que tuve un problema con aquella vieja loca que se encarga de equilibrar mis sueños. Mi necesidad de controlarlo todo, como hacía con la vida de Clara y Rafael, y odiaba saber que alguien tuviera tanto poder sobre mí.
No me gusta nada como esa hada olor a naftalina regula mis sueños. Es una vieja arpía más que un hada y no dude en hacerle saber mi opinión. Además estaba segura que podía lograr que el gremio la desautorizara cuando ella misma me ganó de mano, acusándome de cortasueños y empujándome a donde estoy hoy en día.
La señora Cho es de China, por razones obvias. Como mi trabajo y el de ella se llevan adelante cuando la otra duerme, está claro que tengo que tener una controladora que viva en la otra punta del mundo. Ustedes se preguntarán entonces, ¿cómo hago para controlar el sueño de Clara? Haciendo trampa, obviamente.
Pero aquel día no se trataba de Clara. Era algo acerca de mi, personal, que había inquietado mi sueño. Tiré el resto del té en la pileta, aquello no estaba haciendo efecto. Tomé un vaso, puso unos hielos y me serví dos dedos de whisky. No necesitaba relajarme con un tilo. Lo que me hacía falta era un poco de valor en forma líquida, para llamar a la vieja cascarrabias y pedirle ayuda.
Me tuve que tomar tres vasos y el reloj apenas marcaba las 9 de la mañana. Nunca me había sentido tan alcohólica en mi vida como aquella mañana cuando levante el teléfono y marqué el número de la señora Cho. Después del tercer tono me contestó la voz de la guardiana de mi sueños, que me saludo con unos sonidos para mi ininteligibles.
-Señor Cho, necesito su ayuda -dije jugando con el cordón del teléfono -Es muy importante.
-Sandra querida -dijo la otra hada después de un silencio incómodo -Vi que algo te hizo despertar, ¿cómo estás?
-Nada bien señora Cho. Algo malo está pasando -una gran desesperación comenzó a subir por mi garganta y reprimí las ganas de llorar. Odiaba perder el control de aquella forma -Usted mejor que nadie sabe lo fuerte que son los sueños para nosotras y como vemos todo más…
-Sandra, hija mía, te voy a cortar aquí mismo porque lo que me vas a decir no tiene nada de nuevo -dijo la señora Cho con dureza -No voy a perder mi tiempo, porque que tú estés despierta no quiere decir que no tenga otros sueños que vigilar. Te voy a ayudar, pero antes me tenes que prometer algo.
-Gracias señora Cho, lo que sea -dije aliviada dejando por fin de moverme en el lugar y sentándome en la silla de la cocina.
-Quiero que me prometas que te vas a presentar para ser entrenadora.
-¿Qué yo qué? -aquello no podía ser en serio y más teniendo en cuenta lo que implicaba. Pensé en discutirle a mi guardiana del sueño, pero no tenía sentido. El gremio jamás lo permitiría, aunque en realidad me interesara. Así que le dije lo que ella quería escuchar -Las dos sabemos que nunca me van a aceptar, pero si la hace feliz saber que lo voy a intentar, lo haré. Ahora sólo ayúdeme.
-Perfecto, es todo lo que necesito -dijo la señora Cho más alegre de lo que era de esperar -Ahora te voy a enviar la imagen que te hizo despertar. Espero de corazón que te sea de ayuda.
Encendí el ordenador sintiendo taquicardias. Las manos me temblaban mientras abría el email para ver la foto que me había enviado la señora Cho. Cuando por fin la vi fue como un relámpago que atravesó mi mente y me hizo saltar de la silla como un resorte.
No podía sacar la imagen de mi cabeza, mientras así como estaba, descalza y en pijama salía de mi casa. Era un zapato. Una especie de sandalia sin terminar. Ya la había visto antes. Nada de aquello tenía sentido. Era sólo un mito. Y aunque fuera verdad, que un leprachum le hiciera un único zapato para un hada y después muriera, Sebastián no podía ser uno de ellos, era demasiado alto. ¿O sí sería posible?
Mi cuerpo se movía solo, no estaba pensando en nada, unicamente actuando. Era imposible que mi cerebro entendiera porque me estaba colando en la casa de Sebastián por la ventana que él siempre dejaba abierta, no veía nada racional cuando encontré con facilidad el zapato lo destruí con un martillo sin dudarlo. ¿Por qué hacía aquello?
-A mi también me gustan las leyendas -dijo Sebastián acercándose a mi, era estupido pensar que con todo el ruido que había metido mi vecino no se iba a despertar -Pero justamente porque son eso, leyendas.
Estirando su mano, Sebastián apoyó sus dedos sobre los míos y el martillo, hasta quedárselo él. Su mirada era tan intensa que me hizo sentir una completa tonta, destruyendo así aquel zapato. En aquel instante volví a la realidad, saliendo del trance en el que había entrado en el momento que vi el email de la señora Cho.
Sintiéndome la persona más irracional y loca del universo, me separé de Sebastián y salí de su casa sin decirle siquiera una palabra. Nunca me había comportado así en vida, de aquella manera tan impulsiva. Pero ya no tenía dudas, en el momento que Sebastián había tomado el martillo de entre mis manos, todas las preguntas se habían contestado.