A mi abuela le encantaba repetir el dicho de que en la vida hay que hacer tres cosas: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Siempre me había tomado muy en serio lo que ella decía, parecía ser una mujer muy sabia y si así lo afirmaba, seguro que aquello era la clave para la felicidad. Por lo tanto durante toda la vida me dediqué a perseguir estas metas.
El tema de escribir un libro se me complicó desde un primer momento. Siempre fui una persona muy inquieta. Desde niño me costaba mucho quedarme en un mismo lugar durante cinco minutos. Me pasé la primera parte de mi vida corriendo detrás de una pelota, jugando con otros niños y haciendo diabluras. No me gustaba leer y nunca jamás tuve un libro que fuera únicamente mío. De todas formas encontré mi pasión en otra forma artística. Porque si bien odiaba leer, me apasionaba filmar.
A los catorce años mi mamá me regaló mi primera cámara y de ahí en adelante no la solté jamás. Bueno, sólo para comprarme una mejor y más cara. Aquel era mi sueño, yo quería filmar películas, no escribir libros. Pero no quería desilusionar a mi abuela, por lo que pensé que si no podía cumplir una de las metas, no había razón por la que no debía intentarlo con las otras.
Así fue como un día terminé visitando una reserva ecológica. Entres las botánicas encargadas de ayudar a quienes querían plantar un árbol había una chica que llamó especialmente mi atención. Era una belleza normal y singular a la misma vez. No tenía nada de espectacular Un cabello oscuro que le llegaba a los hombros, unos ojos grandes marrones, una figura menuda y normal. Pero por más estándar que pudiera parecer, ganó mi corazón de una manera extraordinaria.
Durante todo el día que estuve intentando plantar un árbol no pude concentrarme. La morocha de sonrisa cálida y alegría contagiosa no me permitía pensar en otra cosa que no fuera ella. Después de una tarde de intentos frustrados de cumplir con la segunda premisa de mi abuela me di por vencido. Cualquiera pensaría, ¿qué tal difícil puede ser plantar un árbol? Sólo puedo decir que cuando uno está ante el amor de su vida por primera vez, todo cambia de perspectiva.
Cuando terminó la actividad, convencí a Ellie, que así se llamaba la botánica, a que viniera a filmar unas imágenes del bosque conmigo. Para mi inmenso placer aceptó y pasamos parte del día y la noche dando vuelta entre la vegetación. En un momento de entusiasmo romántico y queriendo plasmar esa noche para siempre en la naturaleza, escribí nuestras iniciales en un árbol. No fue la idea más inteligente, teniendo en cuenta que ella es una botánica. Pero aún así logré ganar su corazón y nunca más nos separamos.
Habiendo fracasado en mis dos primeras iniciativas y ahora que estaba con Ellie, sólo parecía evidente que debía concentrarme en tener un hijo. Practicamos mucho el buscarlo sin tomárnoslo muy en serio. Aunque a causa de nuestros trabajos inestables y mal remunerados, nunca parecía llegar el momento ideal. Por lo tanto decidimos esperar hasta que fuéramos más estables económicamente.
A mi me seguía fascinando lo de hacer películas, aunque era una carrera muy dura y muy difícil obtener financiación. Vivía siempre con la soga al cuello e incluso hice una pequeña incursión en el cine pornográfico para poder pagar las cuentas. Pero me negaba a hacer cine comercial. Durante toda mi vida activa como profesional me negué a aceptar las propuestas que me hacían.
Hasta pareció que llegaba el día en el que iba a ceder. Mi madre estaba muy enferma y un productor avaricioso y cruel que me había contactado varias veces en el pasado se enteró del aprieto por el que estaba pasando. Me ofreció mucho dinero, el hijo de …Digamosle el hijo nada más, por respeto a la gente de buenas costumbres. El muy hijo me quiso comprar y tuve que aceptar por el bien de mi madre.
La fortuna pareció estar de mi parte por una vez en la vida, porque antes de que me pudiera reunir con el maldito, me dieron un fondo al que me había presentado hace tiempo y con ese dinero pude ayudar a mi madre sin necesidad de venderme. Así que aquel día, sin darle explicaciones, ni aparecí. Dejé al productor plantado y nunca más supe nada de él.
Al poco tiempo, la carrera profesional de Ellie dio un verdadero salto. Las reuniones laborales y nuestros viajes de placer pronto demostraron que un bebé no entraría bien en nuestra ecuación y así fue que finalmente desistí de aquella tercera meta que me planteaba mi abuela y me dediqué a vivir la vida.
Y así fue como me encontró mi cumpleaños numeró 78, sentado en un parque tranquilo, junto a mi amada Ellie, tirandole migas de pan a los patos. Ella me tenía un regalo preparado. De su bolso sacó un objeto rectangular y me lo dio.
-Sé que no te gusta leer libros -dijo y su cara se iluminó con esa sonrisa que todavía me enamoraba -Pero creí que era importante que tuvieras aunque sea uno. Así de esta manera, si bien no pudiste alcanzar los objetivos planteados por tu abuela, por lo menos podes decir que tuviste un libro, plantaste a un hijo y escribiste un árbol.
Riendo abracé a Ellie. Tenía toda la razón. No había hecho lo que decía mi abuela, pero había vivido la vida a mi manera y la había disfrutado a pleno. Para mi eso ya era bastante, ¿no?