¡ADVERTENCIA! Este cuento es la continuación de otro. Sugerimos comenzar la lectura por el Capítulo I:Arpías
En este mundo no existe sensación que se compare ni de cerca con la emoción de volar. Y por mucho que mis hermanas y yo disfrutemos del sexo, incluso Mari, con lo mucho que le gusta comer, estoy segura que las tres coincidimos en que volar es por lejos lo mejor de esta vida.
Sentir como el viento azota nuestras caras, como el aire frío se cuela por debajo de la ropa y la impresionante sensación omnipresente de poder observar todo desde arriba. Es lo que más nos gusta a las tres. Y a mí más que ninguna de mis hermanas. Podría salir a volar todos los días de mi vida si sólo de mí dependiera.
El tema es que no es tan sencillo. Supongo que las razones son bastante evidentes de por sí. Me imagino que cualquier ser humano que viera una mujer hermosa y voluptuosa como yo cruzando el firmamento o bien pensaría que está mal de la cabeza y se internaría a sí mismo en ese preciso instante o sentiría tal curiosidad que no pararía de investigar.
Lo segundo representa un riesgo tan grande que ninguna arpía está dispuestas a arriesgarse y yo no soy la excepción. Aunque con el tiempo, en especial aquellas como yo que adoramos deslizarnos por el aire, descubrimos medidas que comenzamos a implementar. Lo malo es que siempre dependimos de las brujas, las cuales no siempre son fáciles de encontrar. Y cuando se encuentran, no siempre quieren ayudar.
Por suerte hace poco tiempo había llegado a un acuerdo con una. A cambio de que yo le pudriera toda la comida de su ex marido y se la robara, ella me daba una serie de pociones que me permiten ser invisible por un determinado período de tiempo. Estaba en mi naturaleza de arpía hacer aquello que ella me pedía, así que en verdad no me costaba nada y el beneficio era enorme.
Aquel día estaba disfrutando de mi invisibilidad y mi vuelo nocturno, volviendo ya a casa y aprovechando para sobrevolar el patio interno del edificio una última vez. Desde allí arriba podía oler el guisado que Mariana estaba cocinando. Las hojas de los árboles me impedían ver con claridad, pero podía distinguir que en el apartamento de Manuel el músico rascaba su guitarra sin compasión.
Estaba por dar por finalizado mi paseo, cuando un movimiento llamó mi atención entre las hojas de los árboles. Abriendo la comitiva con una actitud sospechosa de alerta venía Clara, que miró de un lado al otro en el patio para cerciorarse de que estaba sola. Cuando estuvo segura de que no había nadie allí, le hizo una señal a alguien que yo no podía ver.
Desde la oscuridad surgieron Rodrigo y Gastón que con una actitud igual de extraña cruzaron el patio lo más rápido posible, mientras cargaban entre los dos una funda de lona negra que parecía estar llena con algo no poco pesado. Tan rápido como llegaron, los tres desaparecieron dentro de la casa de Rodrigo.
Algo no estaba bien y debía averiguar lo que era. Sabía que me quedaba muy poco tiempo de invisibilidad, pero lo iba a invertir para ver en que andaban aquellos tres. Baje hasta el patio y me acerqué a la ventana del apartamento del hombre del parche. Por suerte para mí los chicos se habían quedado justo allí, en el salón y por medio de las dos cortinas y entre estas podía ver a Clara y Gastón discutiendo de forma agitada.
-No podemos tener esto acá mucho tiempo –dijo Clara señalando la bolsa –Es muy peligroso.
-Clara, no exageres, ¿ok? Ahora que está acá no pasa nada –dijo Gastón tomando a la chica de los hombros –Nadie sabe que lo tenemos.
-Eso no tenés forma de garantizarlo –dijo Clara soltándose de los brazos de Gastón y moviéndose por la habitación.
-Clara, entiendo tu ansiedad –dijo Rodrigo saliendo del baño mientras se secaba las manos con una toalla que había quedado toda roja –Pero Gastón tiene razón. Nadie los sabe y si lo supieran, tenemos a quienes nos defiendan.
No podía seguir un segundo más allí, el efecto se me estaba por ir, lo podía sentir en la piel. Era muy peligros seguir esperando a ver si conseguía más información. Cualquiera de ellos podía salir de un segundo para otra y encontrarme en una situación comprometida y ya ni sabía si podía confiar en ellos o si eran peligrosos.
La lucha interna entre la prudencia y la curiosidad me hizo mantenerme pegada a la ventana unos momentos más de lo que debía. ¿Qué había dentro de aquel saco de lona? ¿Por qué las manos de Rodrigo estaban manchadas de rojo? En algo muy extraño andaban aquellos tres.
Mientras avanzaba por el corredor, yendo hacia las escaleras que llevaban a mi casa sentí como mi piel volvía a cobrar visibilidad, lo que tuvo la consecuencia inevitable de que terminara caminando por el patio interno del edificio completamente desnuda.
La mala suerte estaba de mi lado aquel día que hizo que en aquel mismo momento apareciera caminando por el mismo corredor que yo a Sebastián, que estaba distraído mirando su teléfono, pero que al sentir mi presencia levantó la mirada.
-Sebastián –le dije saludándolo con la cabeza al pasar junto a él ante su mirada atónita.
El hombre se quedó clavado en el piso, mirándome, incapaz de sacar sus ojos de mi cuerpo. No me importaba en lo más mínimo que me vieran desnuda y menos aquel día que tenía otras cosas metidas en la cabeza. Cuando entré en mi casa y cerré la puerta, Sebastián seguía ahí, petrificado en el mismo lugar. Cuando ya había comenzado a avanzar por el salón lo escuché decir “hola María Agustina”.