La legión de escritores (dos capítulos)

Capítulo I

Era un fantasma como los que aparecían en cualquier película. Transparente, flotando en el aire y de una agilidad envidiable. Durante los pocos segundos en que Paty lo tuvo frente a ella, vio su rostro, que era igual al de un ser humano de unos treinta años. Hasta su cuerpo parecía de lo más normal, dejando de lado el hecho de que no usaba sus piernas para caminar, sino que iba volando. No tenía densidad; se podía ver a través de él, y una extraña luz, como un aura azul, lo rodeaba. En ese mismo momento la chica sintió una energía extraña y poderosa que la atraía hacia aquel ser que la hipnotizaba. Instantes después de que aquel espectro luminoso pasara junto a Patricia, siguió el mismo camino una especie de flecha de iguales condiciones inmateriales. Al término de la procesión surreal, surgió de la oscuridad un muchachode carne y hueso, de eso no había dudaque esquivó a Paty y siguió su camino corriendo detrás del espectro.

Cuando Paty estuvo otra vez sola en el pasillo que llevaba al baño del bar, se quedó un instante paralizada antes de decidir si seguir al chico. Volvió a la sala oscura donde todo el mundo bailaba o hacía que bailaba al ritmo del rock and roll. No había señales del ser fantástico ni del muchacho que iba detrás de él.

Estaba claro que lo que acababa de ver era producto de su imaginación, pensó Paty volviendo por el corredor hacia el baño. Había tomado más de la cuenta; después de lo que creía haber visto, podía afirmar que estaba borracha. Era momento de dejar de tomar margaritas. Entró al baño del bar que era pequeño, con sólo un cubículo, una pileta y un gran espejo.

Miró contrariada su reflejo. Aquello no podía ser real. Los fantasmas no existían, estaba segura de eso o casi segura. Observó la imagen que el espejo le devolvía preguntándose si estaba bien de la cabeza. Lo que vio fue un físico delgado, su pelo entre rubio y rojo que le pasaba los hombros, y sus ojos, grandes y marrones, que eran su mejor rasgo, según su madre. Pero ningún indicador de si todavía conservaba su juicio sano o no.

Quizás la razón por la que no se había sorprendido tanto al ver aquel fantasma era que solía escuchar aquellas voces. Todo había empezado cuatro años atrás, cuando tenía apenas quince. En un comienzo fue de forma muy esporádica. Una vez cada cuatro meses, o algo así. Es más: hasta el día de la fecha se negaba a aceptar que las voces fueran reales.

En un principio ni siquiera eran voces. Alguna que otra noche se había despertado sorprendida, creyendo escuchar que alguien respiraba dentro de su habitación. Nunca le había dado mucha importancia, suponiendo que se confundía y que era sólo el ruido de la ciudad. Había comenzado a preocuparse cuando empezó a escuchar palabras y frases enteras. De todas formas eso no había sido hacía tanto, y no tenía pruebas de nada. Temía que la trataran de loca si decía que escuchaba voces; entonces, por el momento, nunca lo había comentado con nadie.

Le hubiera gustado ir detrás de aquel muchacho, hacerle todo tipo de preguntas, pero había sido muy lenta y ahora no tendría sentido vagar por ahí, yendo detrás de alguien a quien ni siquiera había visto bien. Así que se lavó la cara, acomodó su vestido negro y volvió con sus amigas. Sus tres compañeras de clase seguían en el mismo lugar de siempre, en un rincón, junto a la barra. La luz parpadeante hacía que sus caras se vieran raras. Aun así era un alivio ver un rostro conocido. Sin comentar lo que había pasado, Paty se puso a bailar con sus amigas.

Para hacer la velada aún más tensa y rara, en determinado momento comenzó a sentir cómo alguien la observaba. No es que fuera una sensación inusual en un bar; ya le había pasado otras veces, y al darse vuelta siempre se había encontrado con un borracho de sonrisa torcida que la miraba con cariño. Aunque aquella mirada era distinta; era más penetrante y no parecía venir de alguien que buscara sólo una pareja. Se sentía analizada. Era ese tipo de miradas que tienen cierta materialidad, que hace que las personas que son observadas se vuelvan.

Y así lo hizo Patricia. Por supuesto que al darse vuelta se cruzó con un montón de pares de ojos, un chico apoyado en una columna le hizo una guiñada, otro levantó su vaso en forma de brindis imaginario. Ninguna de las personas que observó en un primer momento le dio la sensación de ser el responsable del intenso análisis al que se sentía sometida. Al mirar más detenidamente le pareció dar con él. Desde la oscuridad, un joven la observaba.

Debido a la escasa luz y a la distancia que había entre ellos, Patricia no podía distinguir con claridad sus facciones. Al parecer era un muchacho mayor que ella y un poco más alto que el promedio. No parecía ser nada feo. Sin embargo, la chica desvió la vista y volvió a mirar hacia donde estaban sus amigas. Pero no podía sacar de su mente la idea de que alguien la estuviera mirándola. Todo aquello había sido demasiado raro. Se reprochó la falta de coraje. Después de todo, la situación era tan extravagante que cualquiera en su lugar hubiese exigido una explicación. Algo. Pero cuando se dio vuelta, decidida a enfrentar a aquel misterioso sujeto, este ya había desaparecido.

La noche ya estaba terminando. Enseguida Patricia se despidió de sus amigas y caminaba sola las pocas cuadras que la separaban de su casa. La cabeza le zumbaba, no tanto debido al alcohol, sino a la gran confusión que habitaba en su mente. Pese a lo distraída que estaba, tuvo la vaga noción de que era observada otra vez, y oyó unos pasos que se le acercaban cada vez más. Alguien la estaba siguiendo.

Patricia sentía que el corazón estaba a punto de escapársele del pecho. La cuadra en donde ella vivía no estaba muy iluminada, y no había nadie caminando por allí a esas horas de la madrugada. Aunque intentó conservar la calma, percibía que sus pies iban aumentando la velocidad por voluntad propia. Porque la criatura que venía siguiéndola la alcanzaría en cualquier momento.

Cuando estaba a punto de empezar a correr, un hombre la tomó del brazo. Gritó ignorando a quien estaba reteniéndola e intentó seguir. Pero todo era inútil, estaba perdida. Fuera quien fuera el que la había atrapado no estaba dispuesto a dejarla ir, y con una fuerza que superaba la suya, la acorraló contra la pared.

Capítulo II

¿Podés calmarte? No voy a hacerte nada.

Respirando hondo Paty miró al muchacho que la tenía prisionera. Era un hombre, no un espectro, y tampoco tenía apariencia amenazante. Vestía de forma prolija y casual, con un jean claro y una remera azul oscuro. Su pelo era corto, castaño casi negro. Le sacaba dos cabezas de altura y su aspecto físico era fuerte, sin embargo no intimidaba a la chica.

Está bien dijo Patricia. ¿Me dejarías por lo menos despegarme de la pared?

¿No vas a volver a correr? preguntó el chico, desconfiado. Ya tuve que correr bastante por hoy.

De repente todas las ideas parecieron acomodarse dentro de la mente de Patricia. Aquel era el chico del bar, el que perseguía al espectro, quien había estado observándola.

Vos vos sos el cazafantasmas.

Por supuesto que no soy eso. Lo bueno es que ahora no estás escapando de mí dijo él, alejándose un poco de ella. Digo, supongo que te interesará saber lo que pasó hoy más temprano, ¿no?

A Patricia le interesaba saber lo que había pasado mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. Así que, sin dudarlo, aceptó la propuesta del desconocido. Aquel muchacho podía tener la respuesta a algo que venía perturbándola hacía años. Caminaron un poco en silencio, hasta que llegaron a una plaza cerca de allí y se sentaron en un banco de madera. Ella se ubicó en una punta, intentando estar lo más lejos posible del chico. Estaba bien que fuera muy lindo, pero todavía no confiaba en él. Era de madrugada, el sol estaba a punto de salir y pese a que la joven estaba cansada, su curiosidad podía más que cualquier otra cosa, ya fuera su miedo al desconocido o las ganas de dormir.

Bueno, antes que nada dijo el muchacho una vez que estuvieron sentadosyo soy Julián.

Patricia respodió ella, mirándolo con intensidad. Así que vos me vas a explicar por qué veo fantasmas.

O sea que sí, que estoy en lo cierto; que la impresión que tuve de que lo habías visto es verdadera, ¿no?

Se puede decir que sí, no estoy muy segura de qué, pero algo sé que vi dijo Patricia divertida. Si tuviera que decirte lo que puedo sacar en blanco de esta noche es que hace un ratito vi un fantasma, y ahora estoy charlando con un cazafantasmas que los persigue.

Y a veces los atrapa dijo Julián riendo. Pero no te confundas. Primero voy a aclararte algunas cosas. Lo que viste en el bar no es un fantasma como vos creés. Es otra cosa.

Entonces, ¿qué es?

Eso que había en el bar no es un muerto vagando entre los vivos dijo Julián, juntando fuerzas. Lo que vos viste es un personaje.

¿Lo qué?

A ver, sé que va a ser difícil de entender y hay ciertas cosas que no te las voy a poder explicar yo. De todas formas, voy a hacer un intento de que entiendas algunas nociones básicas continuó Julián. Decime: ¿cuál era tu cuento preferido cuando eras chica?

No sé. No tenía muchos, mi madre nunca me compró muchos libros. Creo que Hansel y Gretel.

Perfecto. Veamos el caso de ellos. Antes de que los hermanitos tuvieran una razón de ser en su libro, fueron dos espectros, como los que viste esta noche. Los hermanos Grimm, al igual que yo, eran legionarios. O sea, cazadores de personajes que se dedicaban a perseguirlos, atraparlos y darles vida en sus historias. Miembros de un grupo llamado La legión de escritores.

¿Lo que querés decirme es que hay personajes sueltos por ahí dando vueltas?

Sí y no. Por ejemplo, no hay ninguno por acá. Y si ellos no quieren ser vistos y no se enamoran son muy difíciles de atrapar. Pero sí. Hay muchos personajes vagando con total libertad por el mundo. En el caso del que viste hoy, al que yo estaba persiguiendo, tiene la peculiaridad de estar enamorado. Aunque no enamorado de una forma romántica, como de la que estamos acostumbrados a hablar. El personaje está enamorado del chico que trabaja en la barra. Él admira su vida, quiere ser él. La misión de un legionario es impedir que eso suceda.

Aquello era mucho para digerir. Julián hizo una pausa intencional para que Paty tuviera tiempo de analizar todo lo que acababa de descubrir. La plaza estaba en aquel momento vacía. No era muy grande y Paty paseó su mirada por ella. La fuente central estaba rodeada de bancos y de árboles, y en aquel momento acababa de encenderse y había empezado a tirar agua.

¿Y cualquiera puede ver un personaje? preguntó Patricia, todavía bastante confundida.

No, solamente los legionarios. O aquellos que están destinados a convertirse en legionarios. A los personajes en esta forma, cuando son espectros, los llamamos caractum.

O sea que yo…

No lo sé. Eso es algo que no puedo responder. Si vos naciste para ser una de nosotros es algo que vas a tener que averiguar vos misma. Para empezar, vas a tener que hablar con la jefa. Una cosa que es casi segura, o que por lo menos se da en casi todos los casos, es que un legionario suele ser descendiente de otro.

Pero eso no puede ser, mis padres son personas muy racionales, no creen en nada que no pueda ser probado por la ciencia, y tampoco los veo escribiendo nada que no sean números.

Patricia se quedó pensativa unos segundos.

Aunque en verdad, no sé.

Bueno, no importa respondió Julián, que ofreciéndole una tarjeta a Paty agregó—: Eso es sólo algo para que pienses. Sobre todo te recomendaría que llamaras a este número de teléfono y que pidieras para hablar con la jefa. Seguro que ahí vas a poder sacarte todas tus dudas.

Se despidieron y Patricia caminó de vuelta hacia su casa. Si antes había estado confundida, ahora lo estaba todavía más. ¿Así que aquello era lo que había estado escuchando durante tanto tiempo? ¿Personajes? Ella siempre pensó que salían sólo de la imaginación de los escritores, y no que existían de antemano.

Por más raro que pareciera, que los legionarios fueran reales no era lo que más la perturbaba de toda aquella situación. Ella siempre había estado abierta a las cosas extrañas. Nada parecía sorprenderla nunca o inmutarla mucho. Menos, después de haber tomado el hecho de escuchar voces como algo normal. Lo que acababa de contarle Julián parecía ser sólo una explicación muy racional de algo que ella no entendía hacía mucho. Lo que en realidad la dejó pensando era lo que el muchacho había dicho sobre un posible pariente legionario. Sin lugar a duda no podía ser ninguno de sus padres. Su madre, que era ingeniera civil, sólo se preocupaba por los números. En cuanto a su padre, pensándolo bien, le había pasado lo que ocurría con frecuencia: Patricia se había olvidado de que Marcos no era su padre. Su papá biológico había muerto cuando ella era demasiado pequeña como para recordarlo. Y como Marcos siempre la había tratado como una hija, a veces se olvidaba de que en verdad no lo era.

Aquella noche Patricia tuvo pesadillas terribles. Se imaginaba a los personajes como monstruos horrorosos, que venían a buscarla e intentaban adueñarse de su vida. En sus sueños también veía una imagen borrosa de su padre, una imagen que ella se había creado en base a las únicas tres fotos que había visto de él. Su padre había sido huérfano y si tenía algún pariente de ese lado, ella no lo conocía. Su madre, Carla, se había vuelto a casar cuando ella tenía apenas tres años. Ahora los cinco, su mamá, Marcos, sus dos hermanos menores y ella, formaban una familia bastante típica, de buen pasar y que a Patricia le parecía feliz.

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