Gula

Cada persona mira el contenido de una caja de bombones de una manera diferente. Todos y cada uno de los comensales que se enfrentan a estos rectángulos de chocolates rellenos de sabor los observa de forma distinta y busca en ellos algo especial. Aquel domingo después del almuerzo en la casa de la familia Gutiérrez no fue una excepción.

Una vez que hubieron retirado los platos sucios de la mesa y servido el café, Margarita sacó de la alacena la gran caja de bombones surtidos. Por supuesto que a quien primero le ofreció fue a la invitada.

Margot era una mujer de baja estatura y corpulenta que regentaba un edificio a un par de cuadras. La cacera miró a los bombones con una familiaridad entrañable. Los conocía a todos y a cada uno de ellos e incluso los podía llegar a considerar grandes amigos, con sus diferencias y sus virtudes. No se avergonzaba de decir que tenía un favorito y aprovechando que era la primera en elegir, lo agarró sin dudar.

La caja pasó de las manos de Margot a Eusebio que estaba sentado junto a ella, como correspondía. La mujer estaba allí como invitada de Margarita con el simple objetivo de entretener a su suegro. A Eusebio le caía muy bien Margot, le parecía una mujer agradable y compartía con ella el gusto por los bombones. La verdad era que le gustaban todos, pero ahora sólo se podía permitir comer aquellos que no se tuvieran que masticar demasiado. Así que después de agarrar el que le parecía más blandito empujó la caja hacia el hermano de Margarita, Miguel.

El flaco era un adicto al deporte. Comer no era algo que le llamara mucho la atención. Miró los bombones con un poco de desprecio, como si fueran el enemigo. No tenía muchas ganas de comer uno, pero tampoco quería que su hermana se empezara a meter con él, diciéndole que estaba muy flaco, así que agarró el que le pareció más pequeño y le dio la caja a su corpulento cuñado.

Si lo que sentía Margot por los bombones era una tierna amistad, Roberto padecía por ellos de una tormentosa pasión, su inflada panza era una consecuencia de esto. Amaba a todos por igual, con sus diferentes texturas y sabores, pero la expresión en los ojos de Margarita mientras el observa los bombones con deleite le recordó que sólo podía comer uno. Así que sin mirarlos más dejó que el azar decidiera cual comería antes de pasarle la caja a su hija mayor.

Lila miró los bombones que le pasaba su padre por medio de sus llovidos cabellos negros. Aquellos dulces movilizaban su alma sensible que los veía como una metáfora de las numerosas opciones que la vida le tendía ante ella. La diferencia residía que decidir que bombón elegir no era como todos los otros aspectos de su existencia. En aquel momento si sabía lo que quería. Deseaba comer el bombón relleno de licor, ya que esta era su única chance de tomar alcohol. No tenía bien claro cuál era, así que tuvo que elegir al azar. Cuando su hermanita del medio le arrebató la caja de un tirón, descubrió con desagrado que el chocolate que había agarrado estaba relleno de nueces.

De la emoción de tener los bombones entre sus manos, Dorotea casi tira la caja por el aire. Por suerte su madre, que ya conocía a su hija de nueve años, estaba cerca para evitarlo. La niña era poco menos que adicta a la azúcar y observó los bombones con desesperación. Por suerte los adultos no se habían comido los más buenos y todavía quedaba un montón de los ricos para elegir. Hubiera agarrado dos a la vez, pero enseguida se le vino a la cabeza la mala de su madre que no la dejaba comer un segundo hasta que todos hubieran repetido.

A Mateo, el menor de la casa de apenas dos años, lo tenían sin cuidado los rezongos de su madre. No bien los adultos se distrajeron un instante y dejaron la caja sin vigilancia, el pequeño demonio se abalanzó sobre los bombones y con sus manos regordetas agarró todo lo que pudo. Antes que su madre pudiera detenerlo, ya se había metido dos chocolates dentro de la boca y disfrutaba del subidón de la azúcar.

Una vez que la comida se hubo terminado y los niños y Roberto dormían la siesta, Margarita se sentó feliz en el sillón del salón con la caja de bombones sobre su falda, sacó un chocolate y se lo metió en la boca. Lo hacía de pura gula, no había más explicación o excusa. No tenía hambre, tampoco obsesión por ellos y la verdad es que no necesitaba justificación. Satisfecha mordió el bombón y descubrió con placer que estaba relleno de licor.

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2 Comentarios

  1. Sigue adelante con tu pluma por siempre,exquisita descripción.Los sentidos se despiertan…degustaré un chocolate con licor al instante.

    Te invito a mi nuevo Blog: mariadolorescuenta.blogspot.es saldrá cada semana una historia diferente,tan opuesta a tu temática,
    pero con la misma pasión que compartimos por la escritura,yo solo por el hecho,
    de que si no escribo muero.

    Saludos y bendiciones,María Dolores.

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