Un olor diferente

Mirta se despertó repentinamente. Se sentó en la cama preguntándose qué la había hecho despertarse de aquella forma. Supuso que habría sido algún ruido que provenía de la cocina. Su marido dormía plácidamente a su lado y pensó que no valía la pena interrumpir su sueño por lo que seguramente fuera sólo el gato.

Bajó a la cocina sigilosamente, para evitar despertar a sus dos pequeños hijos que dormían al otro lado del pasillo. Entró en la habitación y miró a su alrededor, descubriendo, sin ningún tipo de sorpresa, que todo estaba en su lugar. Pensó que probablemente el ruido proviniera de la casa del vecino o que fuera simplemente fruto de su imaginación.

Volvió a subir al cuarto. Cuando estaba por meterse entre las sábanas percibió un olor singular. Era un aroma sumamente extraño. Mirta no podía terminar de decidir si le era agradable o no. Parecía ser una fragancia completamente neutra pero, sin embargo, había algo que la hacía destacarse.

Olfateó por el cuarto intentando descubrir de dónde venía aquel olor. Al parecer, no tenía un punto específico de origen e impregnaba completamente su olfato. Eran ya las cuatro de la mañana; en tres horas debía estar levantada, por lo tanto, decidió que lo mejor que podía hacer era acostarse a dormir y olvidarse del asunto.

Sin embargo, por más de que lo intentó, aquella noche, no pudo volver a conciliar el sueño. El aroma era sumamente persistente. Sin importar el tiempo que pasara o el lugar donde ella se encontrara, la densidad de olor era la misma. No disminuía ni aumentaba. Probó durmiendo para un lado y durmiendo para el otro. Descartó la opción de irse a dormir a otra habitación por lo descabellado de la idea, sin embargo el aroma persistía.

Malhumorada debido a la falta de sueño e irritada por la persistente fragancia, Mirta decidió que lo mejor que podía hacer era levantarse de la cama y empezar el día un poco más temprano. Como todas las mañanas, ni bien se levantó, entró a bañarse. Altamente sorprendida y ligeramente molesta, descubrió que aquel aroma se extendía también dentro del baño.

Al bajar a la cocina y compartir el desayuno con el resto de la familia, descubrió con un poco de espanto que nadie más en la casa parecía percibir el persistente perfume. Creyendo que todo se debería a una mala noche de sueño, decidió seguir adelante con del día como si nada.

Su asombro aumentó aún más al descubrir que aquel olor la perseguía también hasta el trabajo. Pero al igual que en su casa, parecía ser la única persona capaz de sentirlo. Concluyó que probablemente la fragancia viajaba con ella.

Al regresar a casa, Mirta puso absolutamente toda su ropa a lavar. Mientras esperaba que secara, aprovechó para darse un profundo baño, intentando de forma infructuosa que el penetrante aroma la abandonara. De nada sirvió la cantidad de polvo para lavar o de suavizante: una vez bañada y enfundada en su limpia ropa, el olor seguía allí.

Continuó con su rutina, esperando que aquella pesadilla desapareciera después de una noche de descanso. Por suerte, quizás debido al cansancio acumulado, no le costó gran esfuerzo conciliar el sueño. A pesar de que era consciente de que la fragancia seguía estando allí, durmió plácidamente.

A la mañana siguiente, su descontento creció aún más al descubrir que aquella esencia continuaba viva en el aire. La situación ya estaba comenzando a producir un fuerte dolor de cabeza en la pobre mujer. Como era sábado, decidió que finalmente era hora de tomar cartas en el asunto y deshacerse de aquel maldito hedor.

A pesar de las críticas de su marido y del obvio gasto que eso significaba, Mirta creyó que no quedaba otra solución viable que prender fuego toda su ropa. No iba a cometer la crueldad de regalarle a nadie aquellas prendas contaminadas. Por supuesto que también se encargó de que un equipo de limpieza aseara la casa a fondo, mientras que ella y su familia pasaban la tarde fuera.

Durante toda la semana siguiente, pretendió que el olor había finalmente desaparecido. Lo hizo por su propia salud mental y el bienestar de la familia. Pero cuando finalmente llegó el viernes, la situación se le hizo intolerable. No encontrando otra explicación razonable, arribó a la conclusión de que la decisión más sabia que podía tomar era regalar al gato: probablemente él fuera el causante de su infortunio nasal.

Sin embargo, unos días después, todo empeoró. Aparte del infaltable tufo, ahora tenía que lidiar también con la abierta hostilidad de su familia. Su marido le comentó que lo mejor que podía hacer era consultar a un médico. Claro está que ella interpretó esta sugerencia de un modo particular: en vez de consultar a un psicólogo, que era la intención de su esposo, fue a ver a un otorrinolaringólogo.

A pesar de que aquella sugerencia le pareció brillante en un primer momento, no sonó tan bien después de que el doctor le hubiera garantizado y asegurado que sus vías nasales estaban completamente destapadas y en perfecto estado.

Una semana más fue el tiempo que tuvo valor para convivir con aquella espantosa pestilencia, aquella fetidez insoportable, aquella hediondez constante. El día exacto en el que se cumplía un mes desde que había caído en la desgracia de oler aquello por primera vez, Mirta se cortó la nariz.

Fue un corte rápido y preciso. No fue algo del momento, sino totalmente premeditado. Ella venía pensando en aquella solución hacía ya unos días y finalmente no pudo esperar más. Agarró un par de tijeras del jardinero y así, sin anestesia, se cortó la nariz entera.

Se despertó dos días después, en una camilla de hospital. Psiquiátrico. Le dijeron que iba a estar bien. Tendría que someterse a un tratamiento psicológico antes de salir de allí, pero físicamente estaba perfecta. Con la excepción de que ya no tenía nariz. Y que probablemente nunca más pudiera percibir un aroma en su vida.

Mirta sonrió feliz acostada en la cama, tras oír el diagnostico del doctor. Bueno, no habría más jazmines fragantes ni asados sabrosos, pero por lo menos ya no tendría que volver a sentir aquel espantoso olor. Cerró los ojos contenta, disfrutando de aquella paz olfativa. Pero los volvió a abrir sorprendida. Un extraño sabor llenaba su boca.

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