El beso helado

Desde el paraje más recóndito e inhabitado del planeta tierra, de entre los hielos más congelados que pudieran existir, en un lugar donde el agua se petrifica al instante, provenía un gran viento. Esta ráfaga congelada no era constante, solo se producía cada 100 años y se sospechaba que duraba nada más que un par de semanas y se esparcía desde la cima del mundo hacía las tierras del norte. Las civilizaciones que se habían cruzado con ella no habían vivido para contar la historia y quienes huyeron hacia el sur y conocían su fuerza destructora lo bautizaron el Beso Helado.

Este fenómeno meteorológico que no azotaba a una misma generación dos veces en su vida, provocaba gran respeto y temor entre los hombres del norte. De boca en boca, de padres, a hijos a nietos, la historia del poder de esta especie de viento nebuloso se mantenía viva y alertaba a los habitantes de las tierras a las que golpeaba de abandonar el lugar mientras que el Beso Helado aniquilaba a todo lo que se cruzaba.

Cuando sentado alrededor del fuego, con apenas cinco años, Harek escuchaba las historias de la terrible niebla, no temblaba como lo hacía el resto de niños. Los sabios habían contado las estaciones y descifraron que cuando Harek llegara a la edad adulta su tierra sería enterrada bajo el peso del frío. Durante la hora de historias, al cruzar su mirada con Asdis, la pequeña con la que estaba prometido y su mejor amiga, supo que ella estaba pensando lo mismo que él. Aquel monstruo frío no los alejaría de las tierras de sus ancestros. Ellos ganarían la batalla y vencerían a la bestia.

Envueltos en abrigadas pieles los pequeños jugaban entre la nieve y les gustaba hacer de cuenta de que eran grandes guerreros que se preparaban para pelear. Los más ancianos de su tribu tenían otros planes y empezaban a intentar inculcar en la mente de las nuevas generaciones que en unos 20 inviernos deberían abandonar la región para buscar zonas más cálidas donde asentarse.

A medida que Harek y Asdis iban creciendo y se convertían en adolescentes altos, rubios y salvajes, estaban cada vez más convencidos de que debían quedarse en su hogar. Ya fuera mientras que pescaban junto al río, se calentaban alrededor del fuego o se protegían dentro de la tienda de pieles, siempre acababan hablando de lo mismo. El tema en el que ambos discrepaban era acerca de cómo lograr derrotar al Beso Helado y conseguir adueñarse de una vez por todas de aquel territorio.

Por un lado Harek estaba convencido de que la clave era poder determinar exactamente cuando la niebla se extendería, para así estar preparados para su ataque fatídico. Con este propósito era que él estaba convencido que era totalmente necesario amaestrar a los osos negros de la zona para montar sobre ellos y una vez que la niebla comenzara a expandirse, dar voz de alarma. Asdis estaba de acuerdo con este punto, pero pensaba que de nada servía saber cuándo llegaría aquel frío si no podían hacer nada para detenerlo. Ella estaba segura que el control del fuego era básico para ganar la batalla.

Cuando llegaron al acuerdo de que debían tratar ambos puntos, eran conscientes de que tenían 10 años para resolver la situación. Así fue como Harek reunió a un grupo de hombres llamándolos jinetes de osos y Asdis agrupó a unas mujeres bajo el nombre de maestras del fuego. Quienes tenían intención de mudar a las tribus del lugar fueron muriendo de forma natural y con su entusiasmo Harek y Asdis lograron persuadir al resto de hombres y mujeres del norte que luchar contra el Beso Helado era lo mejor.

La pareja contrajo matrimonio y comenzó su familia mientras llevaba a cabo su plan. La responsabilidad era enorme, ya que si no lograban derrotar a aquel monstruo había grandes posibilidades de que todos los habitantes de su tribu murieran congelados. Pero los habitantes de esta región eran fuertes, inteligentes y capaces. Después de muchas mordidas, intentos y caídas los jinetes de osos habían logrado domar a estas fieras y usarlas como transporte. Las maestras de fuego también consiguieron gran control sobre el elemento y cada vez era más fácil para ellas encenderlo, mantenerlo prendido y lograr llamas más intensas que nunca.

Años antes de lo que estaba previsto que llegara el Beso Helado, ya estaban todos prontos para recibirlo. La incertidumbre de si lograrían detenerlo o no pesaba sobre ellos. Cada tanto los jinetes hacían expediciones para ver si se presentaba alguna novedad y las maestras jugaban con el fuego. Pero llegó un punto en que ya no les quedaba nada más que hacer que esperar a la mortífera niebla.

Los nervios de todos crecieron cuando por fin llegó la estación que traería el Beso Helado. Las expediciones eran cada vez más seguidas y todos los miembros de las tribus tenían bien claro que día les tocaba estar de guardia y cómo harían las rotaciones hasta que el frío pasara. Era solo cuestión de tiempo y sabían que no había certeza de que lo que planeaban funcionara. Muchos se fueron, pero la gran mayoría se quedó a proteger la tierra.

El gran día por fin llegó. Harek se encontraba en una zona alejada de su tribu cuando de forma repentina un frío inusual que le caló los huesos y que jamás había sentido antes comenzó a invadir su cuerpo. Aquello era lo que había estado esperando toda su vida y por lo que tanto había entrenado. Sin esperar un segundo más, dio voz de alarma a sus hombres, espoleó al gran oso negro que se movía nervioso bajo su cuerpo y se lanzó a la carrera.

La lengua helada de la niebla recorría todo su cuerpo y los labios congelados presionaban su cabeza. Aquel frío era mucho peor de lo que podía haber imaginado, pero por suerte era más lento que los osos que se alejaban encantados de aquella misteriosa fuerza. Al verlos correr en la lejanía, Asdis entendió claramente lo que estaba pasando, el terrible frío estaba llegando.

Por todo el territorio que las tribus del norte poblaban habían colocado hogueras destinadas a alcanzar un gran tamaño. Cuando el momento llegara, con inmensas alas de piel y hueso de bestias las maestras del fuego enviarían calor a los habitantes, los animales y las cosechas. Era un trabajo arduo y de gran complejidad, pero con la ayuda de todos los habitantes de la región tenían fe de que fueran a sobrevivir el período helado.

Con el frío pegado a sus talones, que acariciaba hasta su alma y amenazaba con engullirlo, Harek recorrió el último tramo hasta su aldea, donde lo aguardaba la promesa de una cálida bienvenida. Las enormes llamas que distinguía a la distancia encendieron aún más la esperanza y recorrió a galope los últimos metros que le faltaban para llegar. Cuando cruzó la línea de fogatas lo invadió la tibia sensación de estar en casa y en el momento en que los brazos de Asdis rodearon su cuerpo un inmenso ardor dentro de él le hizo entender que habían triunfado.

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