Beso reencarnado

El beso entre Florentina y Onofre nació en la época de los faraones egipcios. Obviamente las almas protagonistas de esta historia no se hacían llamar por estos nombres en aquel entonces, pero para facilitar las cosas, vamos a decirles siempre de esta manera.

En ese momento histórico el gran imperio egipcio estaba en su máximo apogeo. El faraón gobernaba sin grandes inconvenientes y contaba con el apoyo económico de sus nobles. La población esclava era muy numerosa y vivía sometida y tratada como animales. Como no podía ser de otra forma en una historia complicada y entreverada, las almas de Onofre y Florentina habían nacido en polos opuestos de aquella injusta civilización.

Sus caminos se cruzaron solo una vez en sus vidas, en una tarde de mercado. Todos los vendedores tenían sus puestos montados y ofrecían sus productos a gritos, mientras que los clientes se movían de aquí para allá comprando todo lo que necesitaban. Entre el enorme barullo de voces a gritos, cuerpos agolpados y bajo el sol que difuminaba los contornos fue que esta historia comenzó.

En esa ocasión, Onofre, un niño de piel morena y cabeza rapada, que vestía una ligera túnica de algodón de gran calidad y unas sandalias que protegían sus pies del suelo abrasante caminaba junto a su padre. El hombre era un duro jefe militar, carrera que el pequeño Onofre de cuatro años debía seguir cuando creciera. Del lado contrario de la corriente humana, venía Florentina, hija de esclavos que llevaba solo harapos, caminaba descalza y su pelo estaba sucio y enmarañado. En el momento que sus grandes ojos amarillos se cruzaron con los de Onofre, la pequeña sintió que una emoción irracional recorría todo su cuerpo.

De ese cruce de miradas surgió el beso, que como todas las grandes cosas de la vida, fue en un primer momento solo una idea. Las posibilidades de que ellos hablaran siquiera eran remotas, pero eso no impidió que en la mente de Onofre se creara una imagen de él llenando el rostro de Florentina de besos, puros e inocentes, como los que en aquel momento le daba a él su madre.

Por supuesto que aquel día los dos niños no se besaron. La verdad es que en esa vida nunca jamás volvieron a verse. Ambas existencias continuaron por separado, una infinitamente diferente de la otra, hasta que llegaron a su fin. Aun así había un nexo que conectaba esas almas, un vínculo que se negaba a romperse y un beso que no se daba por vencido y estaba dispuesto a viajar en el tiempo y el espacio para materializarse.

El alma de Florentina volvió a la tierra cuando los primeros colonos comenzaban a poblar América Latina. Su padre, era un visionario, un hombre de mundo que había decidido probar suerte en el nuevo continente. Una vez que estuvo bien establecido, mandó a llamar a su mujer y tres bellas hijas. Florentina era la menor de las hermanas y tenía en aquel entonces 12 años. Era una niña pálida, con cabello muy rubio y enormes ojos azules. El día que vio a Onofre iba con sus dos hermanas paseando en su carruaje, por un camino que bordeaba el bosque. 

La niña, que miraba curiosa por la ventana, descubrió una figura delgada y morena que se escurría detrás de los arboles apenas vestida con un pedazo de tela atada a la cadera. Onofre, que era un joven nativo no mucho mayor que Florentina, observaba a la chica mientras que corría al ritmo del carruaje, pero siempre al amparo que la columna de árboles le brindaba.

La sonrisa de Onofre era tan contagiosa que Florentina no pudo evitar sonreír también y su frescura, rodeada de toda la fuerza y poder de la naturaleza más pura y salvaje tenía un magnetismo que hizo que Florentina se prendara de él. Dejándose llevar por la emoción que la embargaba en ese momento, la chica el sopló un beso con la mano a Onofre, que en ese momento fingió que ella le había dado con una flecha en el pecho y se tiró al piso, rendido. Al observar dentro del carruaje, Florentina descubrió que sus hermanas la miraban con seria cara de reproche. Aun así la chica no pudo reprimir la carcajada que subió por su pecho.

Florentina no podía explicar qué había sido lo que la había llevado a saludar al desconocido de esa forma. Fue un impulso, algo sin pensar. Lo que ella ignoraba que en realidad era el beso que estaba luchando. Quería ocurrir, existir de una vez en el mundo. No era suficiente, no lo estaba logrando. Su mayor deseo era llegar a ser ese beso ridículamente apasionado que sabía que tenía potencial para ser.

La próxima vida volvió a encontrar a Onofre y Florentina en bandos totalmente enfrentados. En plena Revolución Francesa, él era un noble estirado que no iba a ningún lado sin su peluca blanca y sombrero de pluma, a pesar de tener solo 20 años. Ella era una joven de edad similar con grandes ideales, que creía que no debía de haber tantas diferencias de oportunidades entre los nobles como Onofre y los suyos.

Florentina se había unido de forma activa a la revolución y cuando llegó el momento le tocó estar en contacto directo con aquellos a quienes los revolucionarios habían apresado. Así fue que la chica conoció a Onofre. El joven muchacho debía ser pronto ejecutado, cuando fue el turno de Florentina de hacer guardia vigilando. Pero en el momento que se vieron, ella entendió que no podía permitir que mataran a aquel hombre. No tuvo bien claro por qué fue, si porque su alma reconoció a la del otro y no podía ser responsable de ese fatal destino o porque ella pensó que por más justa que fuera la causa no valía la pena ejercer tanta violencia.

Cuando Florentina acompañó a Onofre por un oscuro túnel para que él se escapara, el beso se agitó nervioso en el pecho del muchacho. Sabía que no era momento para una gran muestra de afecto, pero era la mejor oportunidad que había tenido hasta el momento y no la quería dejar pasar. Así que segundos antes de dejar de ver a Florentina para siempre, Onofre tomó su mano con cariño y le plantó un tierno beso. Momentos después el hombre desapareció en la oscuridad de la noche.

No sería hasta el fin de la primera guerra mundial que estos dos seres volverían a cruzarse. Pero esta vez se dio un caso único que nunca había ocurrido en la historia de estas almas. Por primera vez desde que la idea de aquel beso se había generado en la mente de Onofre, estaban ambos en el mismo bando.

La gran guerra acababa de terminar dejando tras de sí un reguero de muertes y dolor. Pero había acabado y con la promesa de que nunca más volvería a ocurrir, todos los habitantes de las naciones vencedoras salieron a la calle a celebrar. En una gran plaza repleta de gente, la casualidad quiso que Florentina eligiera ir al mismo lugar donde Onofre, que iba de camino a casa a festejar con su mujer y tres hijos, estuviera reunido. Ella a su vez esperaba a su marido junto con sus cinco hijos y cuando anunciaron el final de la guerra había salido de casa acompañada de sus vecinas.

Entre botellas descorchadas, saludos y abrazos entre desconocidos, el beso que tanto había esperado sintió que aquella era una clara oportunidad. Cerca de una fuente que había en la plaza, Onofre que aún vestía su uniforme militar, brindaba con sus colegas. Muy cerca de allí, Florentina, que llevaba un hermoso saco verde que había estado guardando para aquel día y el brillante pelo caoba recogido en un complicado moño, celebraba con las demás mujeres y los niños.

Una de las chicas más jóvenes, al ver a los soldados, pensó que lo más justo era ir a agradecerles su labor durante la guerra. Entre risas se acercaron a saludar a los hombres que se mostraron emocionados ante sus cálidas palabras. Así fue como Florentina se vio de forma repentina delante de Onofre. Otra vez el beso hizo de las suyas y provocó que en un arranque impulsivo Florentina se acercara a la cara del hombre y le dejara en la mejilla la marca de sus labios color carmín.

–Y esa fue la última vez que esas dos almas se cruzaron –dijo Onofre reclinándose hacia adelante para mirar con intensidad a Florentina –Hasta hace tres meses, cuando te conocí jugando al bingo.

Florentina miró a Onofre sobre sus lentes y le dedicó una sonrisa torcida. Sus agujas y lana estaban aún sobre su regazo, pero no había hecho un solo punto desde que Onofre comenzara a contar aquella historia. Ambos estaban en el patio de la casa de ella, sentados un junto al otro en el sillón del jardín, disfrutando de una rica limonada y el buen tiempo.

–¿Toda esta historia te la inventaste solo para robarme un beso? –preguntó Florentina que sentía la presencia de Onofre muy cercana, cosa que no le desagradaba en absoluto, porque eso era lo que había querido desde el día que había conocido a aquel señor que tan bien se conservaba a su edad.

–Puede ser, quizás es solo que quiero besar a esta hermosa mujer –dijo Onofre con galantería acariciando el cabello de Florentina –O tal vez en verdad siento pena por ese beso desesperado, que tuvo que cruzar grandes distancias y tiempos para por fin obtener el desenlace apasionado que se merece.

Sin esperar más, fue Florentina quien acercó sus labios a los de Onofre. El beso estaba emocionado. Después de tantos años de espera finalmente se estaba realizando. En ese momento pensó que en verdad toda la espera había valido la pena. Había encontrado a Onofre y Florentina en un momento de sus vidas en el cual mucha gente pensaría que la pasión no tenía lugar. Pero allí estaba él para demostrar cuan equivocados estaban, la prueba absoluta la tendría cualquiera que pudiera ver como en ese momento ambas almas se besaban con un sentimiento que no había sentido en su vida.

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