Beso despistado

La noche anterior en la casa de Cristina había sido genial, pensaba mientras caminaba todavía medio dormida de regreso a casa. Se había organizado todo a último momento y por eso se me había pasado ponerme el vestido nuevo negro que quería estrenar. Daba igual, no faltaría oportunidad más adelante. Otra cosa de la que me había olvidado el día de ayer era de avisarle a mi padre que saldría. Eso era mucho más relevante, pero no podía pensar mucho en eso, porque debía concentrarme en las calles por las que caminaba, ya que ese no era mi barrio y no quería perderme.

Me quedaban unas cuantas cuadras para pensar en que excusa me inventaría. Era un sábado a eso de las diez de la mañana, estaba soleado y la calle casi desierta. A pesar de la perspectiva de la charla con mi progenitor, me sentía contenta. Se acercaba el verano, el fin de las clases y el comienzo de las vacaciones. Todo iría bien si lograba subir mis notas y no tener que dar ningún examen.

Mientras seguía con mi camino, lo vi venir de lejos. Era alto, se movía de forma despreocupada y tenía un aire muy familiar. A medida que se iba acercando hacia mí, lo pude mirar mejor. Era castaño, con los cabellos enrulados y una barba medio crecida a juego. Vestía un jean gastado, una camisa roja y esa aura de familiaridad que no podía determinar de dónde venía.

Cuando lo tuve más cerca creí dar con la clave, era el novio de Fernanda, mi compañera de clase insoportable, que no hacía más que quejarse todo el día y criticar a todo el mundo. A su novio lo había visto sólo en un par de oportunidades, pero me había causado una muy buena impresión. Era muy simpático, divertido y siempre que lo veía me preguntaba que podía ver en aquella amargada.

Era él. Ahora que estábamos casi frente a frente no me quedaban dudas. Me pareció incluso que estaba más bueno que la vez anterior. Y caí en el típico dilema, ¿saludar o no saludar? Si lo saludaba seguro sería un momento un poco incómodo, porque la verdad era que no lo conocía de nada. Si no lo saludaba, parecería una antipática.

Decidí que lo que correspondía hacer era lo más maduro, tragarme la vergüenza, soportar el momento raro y al menos decirle hola. Iba a mirarlo a la cara, hacer contacto visual y llegado el momento acercarme a saludarlo. Iba a demostrarle a mi padre que no tenía razón, que ya no era una niña irresponsable que no se hace cargo de las cosas.

Cuando lo miré, él me miró y me sonrío, pero no hizo ningún amago de saludarme. Para aquel entonces yo ya había avanzado demasiado y hasta me había acercado, tropezando en el proceso con una baldosa suelta. No estaba segura si era porque no me había reconocido o qué, pero al parecer el novio de Fernanda no tenía intenciones de hablarme, pero ahora que estábamos tan cerca no le quedó más remedio.

Le di un beso en la mejilla sonriendo y le pregunté cómo estaba. Él no dejaba de sonreír de una forma extraña y la situación fue más incómoda incluso de lo que me había imaginado. Por suerte no duró mucho rato, después de intercambiar las cortesías usuales nos despedimos con un chau y cada uno siguió su camino.

La forma en la que me había mirado cuando nos saludamos me hizo olvidar todo en lo que venía pensando. Había sido una mirada tan extraña. Era tan lindo y buena onda que no pude evitar darme la vuelta y vi que él también se había girado y me miraba sonriendo. Si sólo no fuera el novio de Fernanda…

Pero no valía la pena fantasear con alguien con quien no podía estar, razoné que lo mejor era invertir las últimas cuadras que me quedaban en pensar que le iba a decir a mi padre, qué excusas podría inventar y qué justificación daría. Que Cristina estaba deprimida porque se había peleado con el novio, que había perdido algún examen, que se iba a ir de viaje por muchos meses…

Mis neuronas se iban despertando de a poco y en ese instante todo pareció caer en su lugar. ¡De viaje! Hace unos pocos días Fernanda se había quejado por dos horas porque su novio estaba de viaje y lo extrañaba mucho. No me podía ver a mi misma en ese momento, pero estoy segura de que la cara se me debía haber puesta roja tomate, ya que sentí como si un fuego me quemara. Sudor frío me corrió por la espalda.

Si el novio de Fernanda estaba de verdad de viaje, eso quería decir que acaba de saludar a un completo desconocido. ¡Por eso me miraba de una forma tan rara! Pensándolo bien el chico definitivamente era más alto que el novio de Fernanda y más guapo. ¿Qué había hecho?

Una vez que se me pasó el ataque de vergüenza inicial me empecé a reír sola. ¿Qué pensaría de mí el muchacho? Que estaba loca sería lo mínimo. No podía parar de reírme, ahora todo tenía sentido, su sorpresa, su poca voluntad para saludarme, su sonrisa extraña. Aunque pensándolo bien la situación tenía un lado positivo, al menos ahora si lo volvía a ver, ya podría decir que nos conocíamos y tendría una excusa para saludarlo otra vez.

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