Beso imitado

Mi nave espacial aterrizó en la tierra con un sacudón. Dejé escapar un gemido, cerrando los ojos por un instante. Otra vez en aquel planeta, para continuar con el proyecto que había comenzado meses atrás, ahora en compañía de mi inútil ayudante. Si bien es cierto que me encanta quejarme, adoro mi trabajo.

A pesar de que tiene la desventaja de que tengo que viajar mucho, esto es bueno. También me da la posibilidad de conocer lugares diferentes y culturas de lo más variadas. Aunque lo que llego a conocer de las civilizaciones que me toca visitar es bastante residual y no muy positivo, esto último lo considero un plus. Me encanta ver que tan bajo puede caer una raza.

El inútil de Isaac se levantó de su asiento, apoyando en el suelo sus piernas verdes y largas. Lo miré sin disimular el desprecio que me generaba. La túnica roja que llevaba hasta las rodillas bien podía ser el último grito de la moda de nuestro planeta, pero no le favorecía en nada y no era apropiada para sumergirse en los despojos de un planeta. Mi túnica negra ceñida a la altura de la cintura era mucho más acorde a nuestra línea de trabajo. Pero Isaac estaba mirando por la ventana y no veía el evidente desagrado que se plasmaba en mi cara.

–Parece que es lindo el planeta Tierra, Raimundo –dijo Isaac pegando su nariz al vidrio y mirando hacia afuera. Nuestra nave era pequeña solo había el espacio suficiente para nuestros dos asientos, los controles y una cola donde estaba el motor –¿Cómo vas con la recopilación? Me vas a tener que ayudar a poner al día.

–Isaac, siempre asumo que vas a necesitar ayuda –me planché la túnica con mis largos dedos antes de pararme y abrir la nave –Voy muy avanzado.

Una vez que aseguramos nuestro transporte en un gran almacén, comencé a guiar a Isaac por aquel planeta. Le fui explicando a mi compañero acerca de los seres que vivían allí y lo que sabía de ellos según la información que había logrado recabar hasta el momento.

Los humanos, que así se hacían llamar, fue la raza que había superpoblado a aquel planeta. Durante su era se habían dedicado a pelearse unos con otros hasta el cansancio y abusado de los recursos de la tierra hasta que ésta se había cansado de ellos y los había mandado a todos a volar. Literalmente.

Las personas, otro término que se puede utilizar para referirse a ellos, habían desaparecido cuando, un buen día, por razones que todavía no tengo muy claras, la tierra había girado más rápido de lo normal. Desafiando la ley de la gravedad, tan amada y odiada por ellos, habían salido todos disparados por el aire, atravesando la troposfera, la estratosfera, y la mesosfera y hasta el más allá.

Como legado, estos especímenes habían dejado tras de sí una gran variedad de edificios, modas, vídeos e imágenes que mi compañero y yo teníamos la función de analizar y catalogar para crear un nuevo tomo dentro de la enciclopedia de especies extintas. El área en la que yo me destaco es en la arqueología pura y dura, mientras que mi compañero es un experto en todo lo que sean restos dentro del universo digital.

A grandes rasgos podía decir que los seres humanos habían sido capaces de realizar las cosas más brillantes y estúpidas a la misma vez. Tenían la habilidad de crear las obras de mayor sensibilidad y talento y por otro lado a veces poseían el peor gusto. Más importante aún parecían haber admirado e idolatrado a cierta gente sin razón aparente y con la misma falta de criterio, odiado, torturado y discriminado a otras personas.

Volviendo a la realidad que me tocaba vivir, había montado mi base en un lado de una isla llamada Papúa Nueva Guinea. A los seres humanos, al parecer, les habían gustado mucho los paisajes como aquel, de palmeras y aguas cristalinas. A mí eso me era indiferente, no era mi intención pasar de mi verde lima a un verde inglés. No estaba allí para broncearme. Aunque debo admitir que el paisaje era inspirador.

Entramos en la gran cabaña de madera que había sobre la playa. Aunque no era una construcción que pudiera ser volada por el viento, se trataba más bien de una mansión de 14 habitaciones donde yo tenía separada y catalogada toda la información que creía relevante de los despojos de la civilización humana.

De entre las preguntas sin respuestas que abundaban en aquella casa había una que me inquietaba más que el resto y era por esta razón que le había dedicado una habitación entera. Había encontrado cientos de miles de millones de fotografías de especímenes humanos donde estos parecían estar tirándole un beso a alguien y no entendía a quién ni por qué.

Al parecer había sido un fenómeno muy popular que no había conocido límite de sexo, edad, religión ni nada. Los había de todo tipo. Acompañados, en solitario y una inmensa colección en el baño. Por más que me pasara las horas leyendo libros e investigando, no había dado con la respuesta de a quién le tiraba besos toda aquella gente.

–Isaac, esto del beso al aire me preocupa –le dije a mi compañero una vez que entramos en la habitación que tenía todas las paredes cubiertas de fotos y mesas con pilas de ejemplares y libros –Estas se dan más en el ámbito digital, así que creo que ahí estará la respuesta. Es muy importante y creo que podría estar directamente relacionado con la destrucción de la raza humana. Quiero que le des prioridad absoluta.

Mano a mano seguimos trabajando mi colega y yo en descifrar los misterios de la humanidad. Un buen día, estaba yo disfrutando de mi desayuno, una comida que los humanos habían bautizado de continental. Con el jugo de naranja y las tostadas, me había acomodado en la terraza, enfundado en una suave bata rosada y unas pantuflas a juego cuando apareció Isaac conmocionado.

–Raimundo, creo he encontrado la respuesta al porqué de las fotos –dijo colocando una pila de papeles sobre la mesa y sentándose en la silla opuesta a la mía.

–“¿A qué responde la moda de hacer morritos?” Yahoo respuestas –dije leyendo la primera hoja que saqué de la pila.

–¿Ves, Raimundo? –dijo Isaac emocionado –Ni falta hace que leas las contestaciones. La respuesta está en la pregunta misma.

–¿Fue una moda? –pregunté mirando a mi compañero incrédulo.

–¡Sí! Nada más y nada menos que eso –el golpe que dio Isaac a la mesa hizo vibrar mi taza de café.

–¿Todos esos millones de fotos? ¿Son sólo moda?

–Sí, sí, sí. Te voy a explicar cómo funciona. Lo más común era que este tipo de fotos se dieran en una cosa que se llamaba “selfie”. O sea, foto de uno mismo –Isaac se había puesto de pie y estaba ahora al lado mío sosteniendo un teléfono –Entonces uno tiene que mirar directo a la cámara, poner la boca así y sacarse una foto –Isaac imitó el gesto de los humanos –¡Probalo!

–Está bien.

Siguiendo las instrucciones de mi compañero me saqué una serie de fotos colocando la boca de aquella forma tan peculiar. Una vez que terminé me puse a observar los resultados. No estaba nada mal, nada mal. Aquel gesto le daba a mi cara un aire más provocador. Mis mejillas se veían mejores, destacaba mis enormes ojos negros, todo yo parecía más sexy.

Una vez que estuve sólo, seguí practicando aquella moda. El baño resultó ser un lugar ideal, porque tenía muy buena luz y podía utilizar el espejo para ayudarme. Ahora lo entendía todo. Una vez que elegí la mejor foto la subí a las redes sociales que había en mi planeta. Quién sabe, quizás estaba a punto de exportar una moda, sólo esperaba que esta no fuera el fin de mi especie.

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