El sol pega duro y caliente por igual a todas las criaturas que poblamos la superficie terrestre. La fuerza de los rayos parece ser más intensa aún sobre las cálidas aguas del Caribe. Ahí es donde todos los seres ya sean humanos de paso, piratas residentes, bichos marítimos extraordinarios y animales acuáticos nos cocemos por igual en las turbulentas aguas transparentes.
Formar parte de la variedad de seres que habitan bajo el mar tiene sus grandes ventajas. El estar todo el día en remojo hace que la jornada calurosa se lleve con más facilidad. Poder nadar por las profundidades marítimas entre peces de colores es lo que más me gusta de ser una criatura acuática.
Durante muchos años los de mi especie fuimos relegados a un segundo plano. Somos entidades mágicas y sin duda las más sexis del planeta, ¿pero de qué sirve ser todo místico y glamoroso si la el 50% de la población duda de tu existencia y el otro 50% te tiene miedo? Esa es la situación que nos toca vivir a nosotros, los que somos mitad humanos y mitad pez y reconocidos mundialmente con la nomenclatura de sirenas. Esta forma de llamarnos parece excluir un poco a los de mi tipo, porque no soy una dulce y delicada flor, con brazos delgados y cabellos esponjosos. Soy un sireno, del género masculino y bien macho. Creo que el término es «tritón»
Mi vida en el Caribe era muy placentera, aún siendo el sexo ignorado de una especie estigmatizada, nadie podía decir que no me lo pasara bien. Es cierto también que tuve la suerte de vivir en la época de los piratas, por lo tanto en aquel entonces la región del Caribe no estaba exenta de emociones. Cada día era como una novela.
No había jornada en que mis peligrosas hermanas no sedujeran a un incauto marinero con sus deliciosas voces, que un kraken hambriento de madera provocara un hundimiento o un leviatán consumiera de aperitivo a piratas despavoridos un domingo al mediodía. La vida era amena y divertida en las abundantes aguas del Caribe. No tenía responsabilidades ni ataduras. Era un sireno libre y popular entre los míos que disfrutaba de la buena vida. Hasta el día que conocí a la impactante pirata Morgan.
Como no podía ser de otra forma, el momento en que la vi por primera vez hacía un claro agobiante. El barco que Morgan capitaneaba se había acercado a una playa desierta y sus hombres habían montado un campamento sobre la arena. Su tripulación obedecía las órdenes que ella impartía, mientras que la imponente mujer, aún a bordo del barco se dedicaba a beber ron de una botella para soportar el intenso calor.
Su cuerpo era el más potente que había visto en años. Era más alta que la mayoría de sus hombres y el doble de ancho que alguno de ellos. Vestía unos pantalones marrones por dentro de unas botas con un pequeño tacón, una casaca color granate que se sacó al poco tiempo, rebelando una camisa blanca que tenía pegada al cuerpo a causa del sudor. Completaba su atuendo un gran sombrero de ala ancha que la protegía de los potentes rayos de sol.
Maravillado con su hipnótica presencia, intenté con el mayor sigilo posible acercarme al barco para poder verla mejor sin ser descubierto. Mi vista privilegiada me permitió ver en detalle sus carnosos labios rojos, sobre los cuales se extendía una fina capa de sudor, cual bigote de perlas que me provocó una sensación inquietante en mi instinto masculino. Y sí, a todo aquel que se lo esté preguntando, los sirenos también tenemos genitales.
Mientras Morgan seguía dando órdenes a sus hombres, yo no podía dejar de mirarla. Había algo cautivante en aquella mujer. Yo, como criatura mágica tenía un instinto muy desarrollado para detectar con facilidad lo sobrenatural. Y si bien es cierto que aquella mujer era por completo humana, había algo en ella que la hacía muy especial y sobresalir del resto.
Imagino que tener tanto poder y estar siempre rodeada de marineros que no tenían más remedio que obedecerla la habían convertido en una mujer muy solitaria. Esta misma noche, cuando toda la tripulación bailaba, cantaban y bebían en torno al fuego que habían armado en la playa, Morgan permanecía sobre el barco, tomando ron, sola.
Embriagado por las sensaciones que aquella ninfa me provocaba y escudándome con la idea de que cualquier cosa que ella experimentara o viera se lo culparía al alcohol, me animé a acercarme a donde ella estaba. Al ver que Morgan ya iba por la tercera botella de ron me garantizó que nunca pensaría que mi existencia era real, a pesar de verme con sus propios ojos. Sabía que era arriesgado, pero en aquel momento sentí que valía la pena intentarlo.
–Hola –murmuré desde el agua, protegiéndome en la oscuridad de la noche.
Poniéndose de pie con dificultad, resoplando a causa del calor y dando tumbos, la sensual pirata se acercó al borde del barco me miró con ojos nublados por el alcohol. Le costó un momento enfocar en lo que estaba viendo, parpadeó un par de veces y eructó de forma ruidosa. Por su cara se cruzó primero una expresión de sorpresa, que se convirtió pronto en hartazgo y al final su rostro se volvió una indiferencia un poco demacrada.
–¿Qué hacés ahí en el agua? –me cuestionó arrastrando las palabras –No sé ni por qué te lo pregunto, con el calor que hace lo más normal es que quieras estar ahí.
–¿Sabés qué sos hermosa pirata Morgan? –pregunté con el tono de voz más seductor que fui capaz de entonar.
–El tipo más inteligente del Caribe, que tuvo la gran idea de ponerse a nadar para sobrellevar este clima insoportable –dijo la pirata abanicándose con un montón de papeles. Tenía toda la cara bañada en sudor y el pelo se le pegaba a la frente.
–Yo te puedo dar frescura, si eso es lo que en verdad querés –dije alzando mi cuerpo fuera del agua para que Morgan pueda ver mi trabajado pectoral.
–Entonces, ¿qué estás esperando? –dijo la pirata acercándose más al borde del barco, dándole un largo sorbo a la botella de ron e ignorando por completo mis marcados abdominales.
–Quiero algo a cambio –dije con una voz que imagino sería como el canto que mis hermanas sirenas utilizarían para persuadir a los despistados marineros –Un beso.
–¿Un beso para librarme de este asqueroso calor? –preguntó Morgan secándose el sudor con el dobles de la mano –Un precio muy barato.
En el momento en el que Morgan se inclinó sobre la baranda del barco, yo me agarré de la madera y empujé con mis brazos para levantarme en el aire y mantenerme en el lugar. Cuando mis fríos labios marinos se pegaron a la caliente boca carnosa de ella, hice un movimiento con mi cola que provocó que el agua se levantara y cayera sobre la pirata como una deliciosa llovizna refrescante.
Tengo que confesar que las sirenas, tanto las femeninas como los masculinos contamos grandes dotes. Además de nuestro canto privilegiado, nuestros cuerpos esculturales y facciones armónicas, tenemos un cierto poder sobre el mar y el viento. Por eso razón fue que pude darle a la acalorada Morgan un inmenso momento de frescura. Una vez que nuestro beso se quebró, la pirata se alejó de la baranda tambaleándose a buscar su casaca, que la camisa empapada de sudor le resultaba ahora muy fría.
Aproveché su distracción para hundirme en el mar. Cuando iba descendiendo a las profundidades del agua cristalina aún podía sentir sus labios arder sobre los míos. Era consciente que aquello era lo máximo que iba a obtener de Morgan, pero al menos lo había conseguido.
Además, me consolaba pensar que de ahora en más, cada vez que a la pirata la azotara una fresca brisa marítima, seguro que en su interior ella sabría que se traba de mí, quien con todo mi cariño le enviaba besos desde el mar.
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